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ÍNDICE de este ARIEL home : Beda Venerabilis - The Sparrow flies swiftly in and...
Berlin: un tríptico desde lentes cinematográficas (partes 2ª y 3ª)
Versiones del Robinson Crusoe y la novela FOE de J.M. Coetzee
Roentgen : Ebanistería con alma de relojes
Umberto D, homenaje a un film memorable.
Homero, Kafka y las Sirenas.
Entrevista a la persona: Hannah Arendt
Berlin: un tríptico desde lentes cinematográficas (partes 2ª y 3ª)
Versiones del Robinson Crusoe y la novela FOE de J.M. Coetzee
Roentgen : Ebanistería con alma de relojes
Umberto D, homenaje a un film memorable.
Homero, Kafka y las Sirenas.
Entrevista a la persona: Hannah Arendt
The Sparrow flies swiftly in and...
- Talis...mihi uidetur, rex, vita
hominum praesens in terris, ad conparationem eius, quod nobis incertum
est, temporis, quale cum te residente ad caenam cum ducibus ac ministris
tuis tempore brumali, accenso quidem foco in medio, et calido effecto
caenaculo, furentibus autem foris per omnia turbinibus hiemalium pluviarum
vel nivium, adveniens unus passeium domum citissime pervolaverit; qui cum
per unum ostium ingrediens, mox per aliud exierit. Ipso quidem tempore,
quo intus est, hiemis tempestate non tangitur, sed tamen parvissimo spatio
serenitatis ad momentum excurso, mox de hieme in hiemem regrediens, tuis
oculis elabitur. Ita haec vita hominum ad
modicum apparet; quid autem sequatur, quidue praecesserit, prorsus
ignoramus. Unde si haec nova doctrina certius aliquid attulit, merito esse
sequenda videtur.- Beda Venerabilis (673 - 735) - Historia ecclesiastica gentis Anglorum
- Translation: The present life of man, O king,
seems to me, in comparison of that time which is unknown to us, like to
the swift flight of a sparrow through the room wherein you sit at supper
in winter, with your commanders and ministers, and a good fire in the
midst, whilst the storms of rain and snow prevail abroad; the sparrow, I
say, flying in at one door, and immediately out at another, whilst he is
within, is safe from the wintry storm; but after a short space of fair
weather, he immediately vanishes out of your sight, into the dark winter
from which he had emerged. So this life of man appears for a short space,
but of what went before, or what is to follow, we are utterly ignorant.
If, therefore, this new doctrine contains something more certain, it seems
justly to deserve to be followed.
Another translation: "Your majesty, when we compare the present
life of man on earth with that time of which we have no knowledge, it seems to
me like the swift flight of a sparrow through the banqueting-hall where you are
sitting at dinner on a winter’s day with your thanes and counsellors. In the
midst there is the comforting fire to warm the hall; outside, the storms of
winter rain or snow are raging. This sparrow flies swiftly in through one door
of the hall, and out through the other. While he is inside, he is safe from the
winter storms; but after a few moments of comfort, he vanishes from sight into
the wintry world from which he came. Even so, man appears on earth for a little
while; but what went before and what follows, we know nothing.”
- Translation: The present life of man, O king, seems to me, in comparison of that time which is unknown to us, like to the swift flight of a sparrow through the room wherein you sit at supper in winter, with your commanders and ministers, and a good fire in the midst, whilst the storms of rain and snow prevail abroad; the sparrow, I say, flying in at one door, and immediately out at another, whilst he is within, is safe from the wintry storm; but after a short space of fair weather, he immediately vanishes out of your sight, into the dark winter from which he had emerged. So this life of man appears for a short space, but of what went before, or what is to follow, we are utterly ignorant. If, therefore, this new doctrine contains something more certain, it seems justly to deserve to be followed.
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BERLIN: un tríptico desde lentes cinematográficas (2ª parte)
[La primera parte de este post se encuentra en la pág. kalais http://reyaller.wordpress.com/ del 21.07.2013]
A Foreign Affair – Mientras los cineastas europeos buscaban elaborar sus duelos de posguerra con un trabajo no solo concentrado en recuperar lo válido de las creaciones prebélicas sino sobre todo en inyectar en las nuevas producciones altas dosis de ideología antifascista, repudio de las estructuras socioeconómicas que habían engendrado tanta muerte y destrucción, pesimismo acerca de la condición humana o sarcástico humor acerca de la difícil readaptación a la vida civil, mucho cine hollywoodense había capitalizado la experiencia de directores, guionistas y artistas venidos del Viejo Mundo coordinándola con el saber técnico local y cuantiosos recursos financieros.
La música, el color y la curiosidad por el “exotismo” se adueñaron de la atención de millones de espectadores. En unos pocos prevaleció cierta actitud comprensiva y aun curiosa hacia los sobrevivientes de los países derrotados, cuyo enigmático destino no podían sino considerar merecido y a la vez criticar con cierta dosis de humor. Entre la imponente cantidad de filmes que la industria estadounidense lanzó sobre las pantallas del mundo, elijo A Foreign Affair como antítesis comparativa con la película de Rossellini mencionada en el acápite precedente [ver post en http://reyaller.wordpress.com/ de fecha 21 de julio de 2013].
Con culpable olvido de las personas y los numerosos factores intervinientes en la producción de un film tan ambicioso, debo adjudicar gran parte de su mérito a la conducción de Samuel Wilder, más conocido como Billy Wilder, nacido de padres judíos en la región (hoy polaca) de Galitzia, un reino antiguo a medio camino entre Ucrania y Polonia que por entonces – 1906 – integraba el Imperio Austrohúngaro. Wilder pasó su infancia y adolescencia en esa zona; tuvo su primer trabajo estable en un periódico austríaco y desempeñó diversas ocupaciones en Berlin, donde vio prestigiosas películas ya consagradas e ingresó en la meca del cine alemán, la UFA. Quienes no poseemos sino sucintas nociones de la expansión alcanzada en aquellos años por el espacio cultural de habla alemana en sus diversidades regionales, casi no terminamos de asombrarnos de la difusión acanzada por intelectuales, artistas, escritores, gente del cine y del espectáculo en ese medio lingüístico, aunque no descendieran de una tradición germana.
Ese promisorio ámbito de cruces culturales sufrió un lógico enfriamiento desde 1933, con el advenimiento del nacionalsocialismo, al producirse el éxodo de muchos de sus participantes, entre ellos – para citar solamente unos pocos – Ernst Lubitsch, Peter Lorre y Billy Wilder. Este último comenzó a trabajar como guionista para la Paramount y aprendió dirección cinematográfica al colaborar con Lubitsch. Como guionista, Wilder escribió 60 películas. Como director, realizó 26 . Fue galardonado con cinco Oscars tras haber sido nominado en 21 ocasiones. Siempre se consideró a sí propio más como escritor que como conductor, y en ambos menesteres cosechó éxitos que no le impidieron, durante la guerra, colaborar con los Estados Unidos en aspectos de la estrategia cultural y política.
Así, en 1945, dirigió para el Departamento de Defensa un documental propagandístico titulado Dead Mills (en alemán Die Todesmühlen), pensado para aleccionar a los espectadores alemanes sobre las atrocidades nazis. También se involucró en cine publicitario para uso americano interno acerca del flagelo del alcoholismo. Y en 1950 colaboró en el guión y la conducción de la célebre y exasperada Sunset Boulevard, actuada por William Holden, Erich von Stroheim y la “gloria” por antonomasia del cine mudo, Gloria Swanson.
De 1948 es la arriba mencionada A Foreign Affair, cuyo ingenioso screenplay pertenece a Charles Brackett y Billy Wilder y terminó siendo dirigida por este último, con la actuación estelar de las consagradas Jean Arthur y Marlene Dietrich, y los roles masculinos de John Lund y otros destacados intérpretes. La semejanza de los primeros instantes no puede engañar al más desprevenido espectador acerca del enfoque cómico y costumbrista de este film, al compararlo con Germania anno zero. La misma visión desde el aire de una Berlin fantasmal, vaciada de todo resto de espacio habitable; sólo escombros de paredes que conservan una verticalidad dudosa; gente sin techo deambulando entre infirmes columnas. Bastante para alimentar decenios de reflexiones – casi siempre inútiles – sobre el crimen de la guerra.
El resto del film de Wilder sería una intrascendente comedia si no rebosara de estampas psicológicas y gemas de realidad social que saltan a la vista desde una trama en principio ingenua. No asumo la intención de citarlas una a una, ya que se me escapan muchas. Ni prescindo de narrar retazos de la trama, aunque resulte inesencial. Todo se encamina hacia una reconstrucción visual y moral (apenas necesitada de escenarios artificiales) de una ciudad quebrada por la derrota, cuyos habitantes interactúan con las tropas invasoras y la escasez de lo imprescindible para recomenzar una existencia mínimamente soportable.
En sucinto pantallazo, el plot de la película podría narrarse así: Desde 1945 Alemania se encuentra ocupada por fuerzas militares dependientes de las cuatro principales potencias vencedoras. En 1947 los congresistas federales de EE.UU. deciden enviar una delegación o comité a inspeccionar el comportamiento, el estado de ánimo y las demandas (“the morals and morale”) de las tropas estacionadas allí. Entre los miembros de esa comisión se encuentra una bella y puritana Phoebe Frost, representante por Iowa, cuyo rol es desempeñado por la actriz Jean Arthur y que anota, puntillosa, cuanto dato destacable pasa bajo su observación. Phoebe escucha rumores de que una cantante del cabaret “Lorelei”, Erika von Schlütow (Marlene Dietrich) – sospechada de haber sido amante de jerarcas nazis – está siendo “protegida” por un oficial norteamericano. Sin conocer la identidad de éste, Phoebe agrega a su lista de informantes al capitán John Pringle (John Lund), ignorando que se trata del amante de Erika. Para distraer a Phoebe de las investigaciones que ella emprende en los archivos militares, Pringle corteja a la diputada, quien resiste al principio esos avances hasta que sucumbe a sus encantos. Mientras tanto, el comandante militar de las fuerzas coronel Plummer advierte al oficial Pringle que él conoce su relación con Erika y le ordena seguir frecuentándola, en la esperanza de que lo conduzca tras los pasos del ex agente de la Gestapo Birgel, sospechado de permanecer oculto en la zona de ocupación americana. A su vez, Erika y Phoebe son arrestadas en el cabaret “Lorelei” durante una razzia destinada a buscar alemanes carentes de la exigida documentación. Ya en la comisaría policial, Phobe pide a Erika que la presente como su prima para pasar desapercibida. Agradecida, Phoebe acompaña a Erika a su modesto departamento y allí la cabaretera confiesa que Pringle, que acaba de llegar, es su amante. Humillada, Phoebe se va, aunque después el coronel Plummer trata de reconciliarla con el capitán. En el “Lorelei”, Pringle es apuntado con un arma de fuego por el ex Gestapo Birgel pero una patrulla americana acribilla a este último. Erika es arrestada y condenada a cumplir tareas en un campo de trabajo, mientras Phoebe y Pringle forman pareja.
La trama así recontada parecía más fácil de resolver que las airadas protestas de ambas actrices protagonistas, que increpaban a director, camarógrafos y gerentes por sentirse postergadas en la exhibición de los primeros planos que cada una esperaba le correspondiesen para su lucimiento. Y aunque soy desde siempre un rendido admirador de la diva Marlene, debo confesar que en este film la estadounidense Jean Arthur se lleva las palmas del talento actoral con sus convincentes tics de intransigente indagadora transformándose en dulce enamorada.
La música, el color y la curiosidad por el “exotismo” se adueñaron de la atención de millones de espectadores. En unos pocos prevaleció cierta actitud comprensiva y aun curiosa hacia los sobrevivientes de los países derrotados, cuyo enigmático destino no podían sino considerar merecido y a la vez criticar con cierta dosis de humor. Entre la imponente cantidad de filmes que la industria estadounidense lanzó sobre las pantallas del mundo, elijo A Foreign Affair como antítesis comparativa con la película de Rossellini mencionada en el acápite precedente [ver post en http://reyaller.wordpress.com/ de fecha 21 de julio de 2013].
Con culpable olvido de las personas y los numerosos factores intervinientes en la producción de un film tan ambicioso, debo adjudicar gran parte de su mérito a la conducción de Samuel Wilder, más conocido como Billy Wilder, nacido de padres judíos en la región (hoy polaca) de Galitzia, un reino antiguo a medio camino entre Ucrania y Polonia que por entonces – 1906 – integraba el Imperio Austrohúngaro. Wilder pasó su infancia y adolescencia en esa zona; tuvo su primer trabajo estable en un periódico austríaco y desempeñó diversas ocupaciones en Berlin, donde vio prestigiosas películas ya consagradas e ingresó en la meca del cine alemán, la UFA. Quienes no poseemos sino sucintas nociones de la expansión alcanzada en aquellos años por el espacio cultural de habla alemana en sus diversidades regionales, casi no terminamos de asombrarnos de la difusión acanzada por intelectuales, artistas, escritores, gente del cine y del espectáculo en ese medio lingüístico, aunque no descendieran de una tradición germana.
Ese promisorio ámbito de cruces culturales sufrió un lógico enfriamiento desde 1933, con el advenimiento del nacionalsocialismo, al producirse el éxodo de muchos de sus participantes, entre ellos – para citar solamente unos pocos – Ernst Lubitsch, Peter Lorre y Billy Wilder. Este último comenzó a trabajar como guionista para la Paramount y aprendió dirección cinematográfica al colaborar con Lubitsch. Como guionista, Wilder escribió 60 películas. Como director, realizó 26 . Fue galardonado con cinco Oscars tras haber sido nominado en 21 ocasiones. Siempre se consideró a sí propio más como escritor que como conductor, y en ambos menesteres cosechó éxitos que no le impidieron, durante la guerra, colaborar con los Estados Unidos en aspectos de la estrategia cultural y política.
Así, en 1945, dirigió para el Departamento de Defensa un documental propagandístico titulado Dead Mills (en alemán Die Todesmühlen), pensado para aleccionar a los espectadores alemanes sobre las atrocidades nazis. También se involucró en cine publicitario para uso americano interno acerca del flagelo del alcoholismo. Y en 1950 colaboró en el guión y la conducción de la célebre y exasperada Sunset Boulevard, actuada por William Holden, Erich von Stroheim y la “gloria” por antonomasia del cine mudo, Gloria Swanson.
De 1948 es la arriba mencionada A Foreign Affair, cuyo ingenioso screenplay pertenece a Charles Brackett y Billy Wilder y terminó siendo dirigida por este último, con la actuación estelar de las consagradas Jean Arthur y Marlene Dietrich, y los roles masculinos de John Lund y otros destacados intérpretes. La semejanza de los primeros instantes no puede engañar al más desprevenido espectador acerca del enfoque cómico y costumbrista de este film, al compararlo con Germania anno zero. La misma visión desde el aire de una Berlin fantasmal, vaciada de todo resto de espacio habitable; sólo escombros de paredes que conservan una verticalidad dudosa; gente sin techo deambulando entre infirmes columnas. Bastante para alimentar decenios de reflexiones – casi siempre inútiles – sobre el crimen de la guerra.
El resto del film de Wilder sería una intrascendente comedia si no rebosara de estampas psicológicas y gemas de realidad social que saltan a la vista desde una trama en principio ingenua. No asumo la intención de citarlas una a una, ya que se me escapan muchas. Ni prescindo de narrar retazos de la trama, aunque resulte inesencial. Todo se encamina hacia una reconstrucción visual y moral (apenas necesitada de escenarios artificiales) de una ciudad quebrada por la derrota, cuyos habitantes interactúan con las tropas invasoras y la escasez de lo imprescindible para recomenzar una existencia mínimamente soportable.
En sucinto pantallazo, el plot de la película podría narrarse así: Desde 1945 Alemania se encuentra ocupada por fuerzas militares dependientes de las cuatro principales potencias vencedoras. En 1947 los congresistas federales de EE.UU. deciden enviar una delegación o comité a inspeccionar el comportamiento, el estado de ánimo y las demandas (“the morals and morale”) de las tropas estacionadas allí. Entre los miembros de esa comisión se encuentra una bella y puritana Phoebe Frost, representante por Iowa, cuyo rol es desempeñado por la actriz Jean Arthur y que anota, puntillosa, cuanto dato destacable pasa bajo su observación. Phoebe escucha rumores de que una cantante del cabaret “Lorelei”, Erika von Schlütow (Marlene Dietrich) – sospechada de haber sido amante de jerarcas nazis – está siendo “protegida” por un oficial norteamericano. Sin conocer la identidad de éste, Phoebe agrega a su lista de informantes al capitán John Pringle (John Lund), ignorando que se trata del amante de Erika. Para distraer a Phoebe de las investigaciones que ella emprende en los archivos militares, Pringle corteja a la diputada, quien resiste al principio esos avances hasta que sucumbe a sus encantos. Mientras tanto, el comandante militar de las fuerzas coronel Plummer advierte al oficial Pringle que él conoce su relación con Erika y le ordena seguir frecuentándola, en la esperanza de que lo conduzca tras los pasos del ex agente de la Gestapo Birgel, sospechado de permanecer oculto en la zona de ocupación americana. A su vez, Erika y Phoebe son arrestadas en el cabaret “Lorelei” durante una razzia destinada a buscar alemanes carentes de la exigida documentación. Ya en la comisaría policial, Phobe pide a Erika que la presente como su prima para pasar desapercibida. Agradecida, Phoebe acompaña a Erika a su modesto departamento y allí la cabaretera confiesa que Pringle, que acaba de llegar, es su amante. Humillada, Phoebe se va, aunque después el coronel Plummer trata de reconciliarla con el capitán. En el “Lorelei”, Pringle es apuntado con un arma de fuego por el ex Gestapo Birgel pero una patrulla americana acribilla a este último. Erika es arrestada y condenada a cumplir tareas en un campo de trabajo, mientras Phoebe y Pringle forman pareja.
La trama así recontada parecía más fácil de resolver que las airadas protestas de ambas actrices protagonistas, que increpaban a director, camarógrafos y gerentes por sentirse postergadas en la exhibición de los primeros planos que cada una esperaba le correspondiesen para su lucimiento. Y aunque soy desde siempre un rendido admirador de la diva Marlene, debo confesar que en este film la estadounidense Jean Arthur se lleva las palmas del talento actoral con sus convincentes tics de intransigente indagadora transformándose en dulce enamorada.
Marlene Dietrich - John Lund - Jean Arthur
La grandeza de A Foreign Affair no depende de su argumento sino del modo en que muestra a Berlin : el trajinar callejero entre interminables hileras de ruinas; las cómicas transacciones del estraperlo donde una sola media de seda (ni siquiera un par) representa un presente valioso; el animado afán de jóvenes alemanas por congraciarse con suboficiales extranjeros a fuerza de risas tontas y cero poliglotismo; los efectos esperables de esas “conquistas” cuando las otrora militantes de las “HM” (Hitlermädel) alimentan a sus críos de piel chocolate y rizos rubios; y la escena de una reciente mamá que pasea muy orgullosa mientras empuja el cochecito adornado con dos banderitas de “stars and stripes”.
Aparte las ironías, la película brinda un lenguaje cinematográfico que deconstruye lugares comunes acerca de las características de diversos pueblos, en especial con el personaje tan berlinés y “americanizado” que interpreta la inefable Dietrich. A la vez que expone rasgos significativos del chauvinismo americano, matizándolos con toques de buen humor, cuestiona aspectos de la política exterior (“foreign affairs”) estadounidense en el manejo de los países ocupados tras la guerra.
El film de Wilder intenta responder a las decisiones didácticas emanadas en 1942 de la Oficina para Informaciones de Guerra de USA, con vistas a colaborar en la caída del nazismo y reeducar a la población alemana influida por ese régimen. Había que encontrar compromisos entre la propaganda y el entretenimiento popular que el solo patriotismo no podía resolver. De ahí la aparición de diversos tipos de censura impuestos por el gobierno sobre las producciones de Hollywood, habida cuenta también de la buena cantidad de alemanes emigrados que trabajaban en dicha industria. En vista del elevado standard de la cinematografía alemana antes del período nazi y aun durante su dominio, el nuevo criterio aconsejaba abarrotar de filmes estadounidenses el mercado alemán de modo que los directores, guionistas y técnicos de ese origen enseñaran a los públicos alemanes sobre el “estilo de vida americano” y les transmitieran los valores que permitiesen a los alemanes “regenerarse a sí mismos”. Ello se veía como el marco cultural necesario de la política de “desnazificación”.
En ese contexto, Billi Wilder y otros recibieron la misión de regresar a Berlin para secundar a los ocupantes en la reconstrucción del cine alemán, con dos principales objetivos: desviar la atención del pueblo de las horribles condiciones a que había quedado reducida Alemania, y brindar herramientas democratizadoras y educativas para la población alemana. Lo primero que hizo Wilder fue redactar un informe sobre el estado “material” de las instalaciones de producción y el personal disponible para reiniciar una industria cinematográfica alemana. A ello añadió la idea de una película de su cosecha que se rodara in situ. El escrito completo fue conocido como “Memorándum Wilder”, una de suyas secciones era la descripción de la trama del film de entretenimiento que proyectaba.
Quizá lo más sorprendente del guión de Wilder (co-escrito por Charles Brackett y Richard Breen) sean los turbios manejos de conducta adjudicados tanto a alemanes como a militares norteamericanos. Hasta entonces, los retratos cinematográficos estadounidenses sobre alemanes atribuían a estos últimos la bajeza moral más absoluta. Por contraste, el soldado norteamericano representaba al héroe valiente, desinteresado, generoso, altruista. Entonces, cuando Wilder muestra soldados de USA enredados en negocios del mercado negro o un oficial estadounidense en complicidad con un borracho y erotizado exnazi, está rompiendo con la imagen idealizada del lenguaje cinematográfico americano. Reparticiones militares de EE.UU. encontraron el film “no apto” para su distribución a públicos alemanes, y podríamos coincidir con ellas en que el producto ofrece caracterizaciones negativas y ridículas de las fuerzas de ocupación y de los comités de supervisión integrados por congresistas norteamericanos. Una lectura harto “simbolizada” de A Foreign Affair llevaría incluso a emparentar por contraste la escena inicial de ésta (descenso del avión sobre la ciudad) con su similar, mucho más “gloriosa”, de Leni Riefenstahl en Triumph des Willens (1935).
Los puntos de vista y las actitudes de los congresistas estadounidenses, presentados por Wilder, resumen las divergencias suscitadas en la propia USA acerca de las estrategias militares y políticas aplicables a las naciones vencidas. Cada representante caracterizado en el film sostiene un enfoque diferente en torno de la reconstrucción del sistema económico y cultural alemán. Unos, portavoces del “Proyecto Morgenthau”, estiman necesario desmontar toda la industria de Alemania y transformar al país en mero suministrador de productos agrarios. Otros aconsejan reactivar la industria básica, no así la armamentista, con las miras puestas en la expansión del mercado imperial norteamericano. Algunos reconocen que el pueblo alemán no soportará por mucho más tiempo seguir “comiendo los desechos de los basureros” y que es preciso enviarle ayuda alimentaria, aunque dejando bien en claro “quién se la suministra”, o sea “nosotros”. A esto responde el más “zurdo” de la comisión diciendo: “Si regalamos a un hambriento una hogaza de pan, eso es democracia. Si le dejamos el papel del envoltorio, eso es imperialismo”.
Este tipo de diálogos, concisos y diseñados con veloz agudeza y toques de humor irónico, mejoran el estilo de las vulgares declaraciones sardónicas de los filmes de mera propaganda. Los congresistas que llegan a Berlin son recibidos por el coronel Plummer, comandante de la zona, quien procura explicarles el punto de vista militar y trata de mostrar cómo las tropas de USA aplican los “valores democráticos” en la ciudad. De los niños alemanes que observan un partido de baseball, afirma que “ya se habían hecho viejos” cuando les llegó la liberación y que fue menester eliminar de ellos el hábito del “paso de ganso”, curándolos de la ciega obediencia. Toques de realismo de la película son convenciones artísticas que crean convencimiento mediante la inducción autoconsciente del material documental, como ya lo había probado el neorrealismo italiano. Ese recurso relativiza, al mismo tiempo, la idea preconcebida de que lo documental sea sinónimo de “lo verídico”, lo que muy bien puede utilizarse para la crítica de los filmes de Riefenstahl y de toda la ideología cinematográfica fascista.
Aparte las ironías, la película brinda un lenguaje cinematográfico que deconstruye lugares comunes acerca de las características de diversos pueblos, en especial con el personaje tan berlinés y “americanizado” que interpreta la inefable Dietrich. A la vez que expone rasgos significativos del chauvinismo americano, matizándolos con toques de buen humor, cuestiona aspectos de la política exterior (“foreign affairs”) estadounidense en el manejo de los países ocupados tras la guerra.
El film de Wilder intenta responder a las decisiones didácticas emanadas en 1942 de la Oficina para Informaciones de Guerra de USA, con vistas a colaborar en la caída del nazismo y reeducar a la población alemana influida por ese régimen. Había que encontrar compromisos entre la propaganda y el entretenimiento popular que el solo patriotismo no podía resolver. De ahí la aparición de diversos tipos de censura impuestos por el gobierno sobre las producciones de Hollywood, habida cuenta también de la buena cantidad de alemanes emigrados que trabajaban en dicha industria. En vista del elevado standard de la cinematografía alemana antes del período nazi y aun durante su dominio, el nuevo criterio aconsejaba abarrotar de filmes estadounidenses el mercado alemán de modo que los directores, guionistas y técnicos de ese origen enseñaran a los públicos alemanes sobre el “estilo de vida americano” y les transmitieran los valores que permitiesen a los alemanes “regenerarse a sí mismos”. Ello se veía como el marco cultural necesario de la política de “desnazificación”.
En ese contexto, Billi Wilder y otros recibieron la misión de regresar a Berlin para secundar a los ocupantes en la reconstrucción del cine alemán, con dos principales objetivos: desviar la atención del pueblo de las horribles condiciones a que había quedado reducida Alemania, y brindar herramientas democratizadoras y educativas para la población alemana. Lo primero que hizo Wilder fue redactar un informe sobre el estado “material” de las instalaciones de producción y el personal disponible para reiniciar una industria cinematográfica alemana. A ello añadió la idea de una película de su cosecha que se rodara in situ. El escrito completo fue conocido como “Memorándum Wilder”, una de suyas secciones era la descripción de la trama del film de entretenimiento que proyectaba.
Quizá lo más sorprendente del guión de Wilder (co-escrito por Charles Brackett y Richard Breen) sean los turbios manejos de conducta adjudicados tanto a alemanes como a militares norteamericanos. Hasta entonces, los retratos cinematográficos estadounidenses sobre alemanes atribuían a estos últimos la bajeza moral más absoluta. Por contraste, el soldado norteamericano representaba al héroe valiente, desinteresado, generoso, altruista. Entonces, cuando Wilder muestra soldados de USA enredados en negocios del mercado negro o un oficial estadounidense en complicidad con un borracho y erotizado exnazi, está rompiendo con la imagen idealizada del lenguaje cinematográfico americano. Reparticiones militares de EE.UU. encontraron el film “no apto” para su distribución a públicos alemanes, y podríamos coincidir con ellas en que el producto ofrece caracterizaciones negativas y ridículas de las fuerzas de ocupación y de los comités de supervisión integrados por congresistas norteamericanos. Una lectura harto “simbolizada” de A Foreign Affair llevaría incluso a emparentar por contraste la escena inicial de ésta (descenso del avión sobre la ciudad) con su similar, mucho más “gloriosa”, de Leni Riefenstahl en Triumph des Willens (1935).
Los puntos de vista y las actitudes de los congresistas estadounidenses, presentados por Wilder, resumen las divergencias suscitadas en la propia USA acerca de las estrategias militares y políticas aplicables a las naciones vencidas. Cada representante caracterizado en el film sostiene un enfoque diferente en torno de la reconstrucción del sistema económico y cultural alemán. Unos, portavoces del “Proyecto Morgenthau”, estiman necesario desmontar toda la industria de Alemania y transformar al país en mero suministrador de productos agrarios. Otros aconsejan reactivar la industria básica, no así la armamentista, con las miras puestas en la expansión del mercado imperial norteamericano. Algunos reconocen que el pueblo alemán no soportará por mucho más tiempo seguir “comiendo los desechos de los basureros” y que es preciso enviarle ayuda alimentaria, aunque dejando bien en claro “quién se la suministra”, o sea “nosotros”. A esto responde el más “zurdo” de la comisión diciendo: “Si regalamos a un hambriento una hogaza de pan, eso es democracia. Si le dejamos el papel del envoltorio, eso es imperialismo”.
Este tipo de diálogos, concisos y diseñados con veloz agudeza y toques de humor irónico, mejoran el estilo de las vulgares declaraciones sardónicas de los filmes de mera propaganda. Los congresistas que llegan a Berlin son recibidos por el coronel Plummer, comandante de la zona, quien procura explicarles el punto de vista militar y trata de mostrar cómo las tropas de USA aplican los “valores democráticos” en la ciudad. De los niños alemanes que observan un partido de baseball, afirma que “ya se habían hecho viejos” cuando les llegó la liberación y que fue menester eliminar de ellos el hábito del “paso de ganso”, curándolos de la ciega obediencia. Toques de realismo de la película son convenciones artísticas que crean convencimiento mediante la inducción autoconsciente del material documental, como ya lo había probado el neorrealismo italiano. Ese recurso relativiza, al mismo tiempo, la idea preconcebida de que lo documental sea sinónimo de “lo verídico”, lo que muy bien puede utilizarse para la crítica de los filmes de Riefenstahl y de toda la ideología cinematográfica fascista.
BERLIN: un tríptico desde lentes cinematográficas (3ª parte)
Der Himmel über Berlin - Les
ailes du désir - Wings of Desire
"Lied vom Kindsein" - Gedicht
Als das Kind Kind war, ging es mit hängenden Armen, wollte der Bach sei ein Fluss, der Fluss ein Strom, und diese Pfütze das Meer. Als das Kind Kind war, wusste es nicht, dass es Kind war, alles war ihm beseelt, und alle Seelen waren eins. Als das Kind Kind war, hatte es von nichts eine Meinung, hatte keine Gewohnheit,sass oft im Schneidersitz, lief auf dem Strand, hatte einen Wirbel im Haar und machte kein Gesicht beim Fotografieren. Als das Kind Kind war, war es die Zeit der folgenden Fragen: Warum bin ich ich und warum nicht du? Warum bin ich hier und warum nicht dort? Wann begann die Zeit und wo endet der Raum? Ist das Leben unter der Sonne nicht bloss ein Traum? Ist was ich sehe und höre und rieche nicht bloss der Schein einer Welt der Welt? Gibt es tatsächlich das Böse und Leute, die wirklich die Bösen sind? Wie kann es sein, dass ich, der ich bin,bevor ich wurde, nicht war, und dass einmal ich, der ich bin, nicht mehr der ich bin, sein werde? Als das Kind Kind war, würgte es am Spinat, an den Erbsen, am Milchreis, und am gedünsteten Blumenkohl. und isst jetzt das alles und nicht nur zur Not. /// |
///
Als das Kind Kind war, erwachte es einmal in einem fremden Bett und jetzt immer wieder, erschienen ihm viele Menschen schön und jetzt nur noch im Glücksfall, stellte es sich klar ein Paradies vor und kann es jetzt höchstens ahnen, konnte es sich Nichts nicht denken und schaudert heute davor. Als das Kind Kind war, spielte es mit Begeisterung und jetzt, so ganz bei der Sache wie damals, nur noch, wenn diese Sache seine Arbeit ist. Als das Kind Kind war, genügten ihm als Nahrung Apfel, Brot, und so ist es immer noch. Als das Kind Kind war, fielen ihm die Beeren wie nur Beeren in die Hand und jetzt immer noch, machten ihm die frischen Walnüsse eine rauhe Zunge und jetzt immer noch, hatte es auf jedem Berg die Sehnsucht nach dem immer höheren Berg, und in jeder Stadt die Sehnsucht nach der noch grösseren Stadt, und das ist immer noch so, griff im Wipfel eines Baums nach den Kirschen in einem Hochgefühl wie auch heute noch, eine Scheu vor jedem Fremden und hat sie immer noch, wartete es auf den ersten Schnee, und wartet so immer noch. Als das Kind Kind war, warf es einen Stock als Lanze gegen den Baum, und sie zittert da heute noch. (von: Peter Handke in Wim Wenders Film"Der Himmel über Berlin") |
El argumento gira en torno de dos ángeles invisibles que sobrevuelan la Berlín de una tardía posguerra, observando y catalogando el comportamiento humano; la depresión y la desesperanza de las almas en la ciudad dividida por el muro. Uno de ellos, Damiel, desencantado con la eternidad descarnada de su condición de ángel, desea convertirse en humano para poder sentir. Este pasaje se desencadena al conocer, primero, a Marion, una desolada trapecista de circo de quien el ángel se enamora, y luego, a Peter Falk, un actor americano que, habiendo abandonado previamente la eternal existencia de los ángeles, lo precede en el camino de transformarse en mortal.
Tan despojada trama apenas puede sugerir el modo caótico en que fue elaborándose el film, dirigido por el consagrado Wim Wenders sobre fragmentos guionísticos de Peter Handke y Richard Reitinger. Quizá el mayor mérito corresponda al director de fotografía, Henri Alekan. Con innecesaria redundancia cabe afirmar que se trata de “una película para ver”. Ya casi no hay hoyos que fueron viviendas ni muros en estado de esqueletos. Sin embargo, quedan zonas de las que emana la desolación como sensación física, no por la acumulación de escombros ya hace tiempo retirados sino precisamente por el impacto del “vacío” que irradian. Son los espacios donde apenas crecen hierbajos junto al ominoso muro divisor; donde por razones de seguridad e higiene pública no pueden edificarse mercados ni viviendas ni chozas, ni siquiera cultivarse rabanitos.
A excepción de Peter Falk y, quizás de Bruno Ganz, el resto del elenco se integra con actores que, a pesar de destacarse en el cine europeo, probablemente resulten para nosotros desconocidos. De ahí que no sea ocioso nombrarlos. Solveig Dommartin solventa el rol de Marion; Otto Sander es Cassiel; Curt Bois encarna a Homero y Peter Falk – el conocidísimo Teniente Columbo de las series televisivas - improvisa diversos roles y hasta se interpreta a sí mismo.
La principal línea argumental de El cielo sobre Berlin concierne la elección de Daimiel a renunciar a su existencia puramente espiritual y convertirse en un ser humano. “ A veces mi existencia espiritual eterna se convierte en demasiado para mí. Yo ya no quiero flotar por encima, quiero sentir un peso dentro de mí, la abolición de infinitud y mi unión a la tierra ...”
Daimiel quiere vivir en el tiempo en lugar de la eternidad, tener un cuerpo, para experimentar placer físico e interactuar con los humanos. Una vez que ve Marion, su búsqueda está centrada en ella, y convertirse en un hombre de voluntad para él significa convertirse en su hombre. No podemos ayudarle pero como su ser es un ángel, con toda la ternura y generosidad escondidas en pensamientos o lugares, lo vemos colocando una mano en el vientre de una mujer en trabajo de parto, o sonreír a un niño.
Como espectadores queremos que Daimiel y Marion estén unidos: se trata de un deseo que se alimenta en nosotros desde la primera vez que vemos a Daimiel viendo a Marion en su trapecio, y es un deseo que se cumple por nosotros cuando finalmente se encuentran en el bar al final de la película. Pero mucho antes de que se logre ese cumplimiento, tenemos que saber que Daimiel es recto y consecuente en su deseo de renunciar a su vida como ángel para convertirse en un hombre. Y aunque Cassiel no tenía reservas sobre el plan de Daimiel , eso no sería suficiente para inclinar la balanza a favor de la búsqueda, ya que Cassiel no puede tener a nuestros ojos la situación de alguien que podría saber si o no vale la pena sacrificar una existencia puramente espiritual a los placeres efímeros de la vida mortal.
Aquí es donde entra en juego Peter Falk. Si hay un solo punto de inflexión en el film es en el stand del Imbiss, en el que - para nuestra sorpresa - presiente Falk con sus sentidos a Daimiel y habla: “ Has estado dando vueltas desde que llegué aquí. Me gustaría poder ver tu cara”… En esta escena, Peter Falk no es sólo el catalizador de Daimiel para seguir adelante con su plan; Falk también es el garante de la rectitud del plan de Daimiel. Y esto es lo que inclina la balanza, para nosotros, a favor de Daimiel de convertirse en mortal. Falk puede hacer esto porque tiene un status especial para nosotros: 1) goza de nuestra confianza porque lo conocemos como Columbo y como el actor Peter Falk, y 2) es el único ser humano adulto que, en este escena, al menos, puede sentir la presencia angelical que podemos ver. Falk deseando que Daimiel estuviera ahí se convierte en nuestro desear lo mismo para Daimiel. Por primera vez, podemos sentir, sin reservas, que lo que Daimiel está dando para convertirse en un mortal es más que compensado por lo que va a ganar.
Una de las funciones de la antigua función ángel es, pues, la de asegurarnos de que al renunciar a una existencia angelical, a cambio de la vida mortal, mucho más se gana lo que se perdió. En otras palabras, el equilibrio se inclinó a favor de la mortalidad.
Sin embargo, la presencia de Peter Falk también ayuda a establecer otro equilibrio - en gran parte verbal - dentro de la película, en el sentido de que el lenguaje elevado escrito por Peter Handke tiene como contrapeso aquí abajo en la tierra y en la calle la sabia e irresistible voz de Peter Falk.
La poesía de Handke se encuentra, por ejemplo, en los poemas infantiles de la apertura con el poema "Als das Kind Kind war", que se repetirá como un leitmotiv en toda la película. Todas las líneas de los ángeles fueron escritas por Handke, porque Wenders quería que Damiel y Cassiel hablaran "de una manera especial, casi un lenguaje pasado de moda", en lugar del alemán cotidiano. O como lo dijo una vez, con su característica modestia: los ángeles "sin duda debe hablar alemán mejor de lo que fui capaz de escribir."
Handke también escribió monólogos interiores de Homero, el primero de los cuales comienza “Cántanos, Musa, acerca del héroe…”
Y el monólogo final de Marion hablado con Daimiel en el bar, también fue escrito por Handke y termina de la siguiente manera:
“Tengo que poner fin a la casualidad! La luna nueva de la decisión! No sé si es el destino, pero no hay decisión! Decida! Somos el presente ahora. No sólo todo el pueblo, todo el mundo participa en nuestra decisión.
Tenemos que dos son ahora mucho más que dos.
Nos incorporamos algo.
Estamos sentados en la plaza del pueblo, y toda la plaza está llena de personas
que desean lo mismo que nosotros.
Decidimos el juego para todos!
Estoy listo.
Es tu turno ahora.
Tú tienes el juego en la mano.
Ahora o nunca.
Me necesitas, me vas a necesitar. No hay historia más grande que la nuestra, de hombre y mujer. Será una historia de gigantes, invisibles, fluctuantes, una historia de los nuevos padres. Mira, ¡mis ojos! Son la imagen de la necesidad, del futuro de todos en la plaza.
Anoche soñé con un extraño, de mi hombre. Sólo con él iba a estar, abrirme a él, completamente abierta y completamente para él, dejo que todo me penetre por completo, lo rodee con el laberinto de la felicidad compartida.
Sé que eres tú.”
Varios críticos han expresado su descontento con este monólogo, algunos lo encontraron pomposo y operístico, incluso "cripto-fascista", y vieron esta poesía como una negación de la celebración de los encarnados como Peter Falk, como si para acabar la película en una manera tan elevado, Wenders hubiese en cierto sentido repudiado lo cotidiano que parecía haber afirmado anteriormente en la película.
Esto no quiere decir que una elección debe hacerse entre lo espiritual y lo material, ya que la búsqueda de Daimiel no es una negación del espíritu sino un deseo de vivir una vida en la que se unen el espíritu y el cuerpo. Del mismo modo, no hay elección que se hará entre lo alto sublime y el día a día, la alta cultura de Homero y la cultura pop de Nick Cave, la belleza de la infancia y la iniciación en la edad adulta, con sus riesgos y su curso hasta la mortalidad. Estos no se presentan como alternativas mutuamente excluyentes, sino más bien como opuestos que se incluyen dentro de un marco que está abierto y lo suficientemente amplio para dar cabida a todos.
En este sentido, lo que Peter Falk está haciendo en el cielo sobre Berlín es contrarrestando con el encanto de su lenguaje sencillo y su forma, la elevada poesía de Peter Handke, al igual que el simple Falk representa en la película un contrapeso a la compleja espiritualidad encarnada por los personajes cuyas líneas fueron escritas por Handke. Estas reflexiones finales me han sido sugeridas por especialistas en la crítica de cine. Quise reproducirlas como homenaje al tema sobre el cual tratan: la artesanía cinematográfica. El film de Wim Wenders también es ofrecido para mirarlo por Vimeo en http://vimeo.com/13207279 y la primera porción de este post, referida a Germania anno zero, está visible desde el 21.07.2013 en kalais http://reyaller.wordpress.com/.- C.H.
Tan despojada trama apenas puede sugerir el modo caótico en que fue elaborándose el film, dirigido por el consagrado Wim Wenders sobre fragmentos guionísticos de Peter Handke y Richard Reitinger. Quizá el mayor mérito corresponda al director de fotografía, Henri Alekan. Con innecesaria redundancia cabe afirmar que se trata de “una película para ver”. Ya casi no hay hoyos que fueron viviendas ni muros en estado de esqueletos. Sin embargo, quedan zonas de las que emana la desolación como sensación física, no por la acumulación de escombros ya hace tiempo retirados sino precisamente por el impacto del “vacío” que irradian. Son los espacios donde apenas crecen hierbajos junto al ominoso muro divisor; donde por razones de seguridad e higiene pública no pueden edificarse mercados ni viviendas ni chozas, ni siquiera cultivarse rabanitos.
A excepción de Peter Falk y, quizás de Bruno Ganz, el resto del elenco se integra con actores que, a pesar de destacarse en el cine europeo, probablemente resulten para nosotros desconocidos. De ahí que no sea ocioso nombrarlos. Solveig Dommartin solventa el rol de Marion; Otto Sander es Cassiel; Curt Bois encarna a Homero y Peter Falk – el conocidísimo Teniente Columbo de las series televisivas - improvisa diversos roles y hasta se interpreta a sí mismo.
La principal línea argumental de El cielo sobre Berlin concierne la elección de Daimiel a renunciar a su existencia puramente espiritual y convertirse en un ser humano. “ A veces mi existencia espiritual eterna se convierte en demasiado para mí. Yo ya no quiero flotar por encima, quiero sentir un peso dentro de mí, la abolición de infinitud y mi unión a la tierra ...”
Daimiel quiere vivir en el tiempo en lugar de la eternidad, tener un cuerpo, para experimentar placer físico e interactuar con los humanos. Una vez que ve Marion, su búsqueda está centrada en ella, y convertirse en un hombre de voluntad para él significa convertirse en su hombre. No podemos ayudarle pero como su ser es un ángel, con toda la ternura y generosidad escondidas en pensamientos o lugares, lo vemos colocando una mano en el vientre de una mujer en trabajo de parto, o sonreír a un niño.
Como espectadores queremos que Daimiel y Marion estén unidos: se trata de un deseo que se alimenta en nosotros desde la primera vez que vemos a Daimiel viendo a Marion en su trapecio, y es un deseo que se cumple por nosotros cuando finalmente se encuentran en el bar al final de la película. Pero mucho antes de que se logre ese cumplimiento, tenemos que saber que Daimiel es recto y consecuente en su deseo de renunciar a su vida como ángel para convertirse en un hombre. Y aunque Cassiel no tenía reservas sobre el plan de Daimiel , eso no sería suficiente para inclinar la balanza a favor de la búsqueda, ya que Cassiel no puede tener a nuestros ojos la situación de alguien que podría saber si o no vale la pena sacrificar una existencia puramente espiritual a los placeres efímeros de la vida mortal.
Aquí es donde entra en juego Peter Falk. Si hay un solo punto de inflexión en el film es en el stand del Imbiss, en el que - para nuestra sorpresa - presiente Falk con sus sentidos a Daimiel y habla: “ Has estado dando vueltas desde que llegué aquí. Me gustaría poder ver tu cara”… En esta escena, Peter Falk no es sólo el catalizador de Daimiel para seguir adelante con su plan; Falk también es el garante de la rectitud del plan de Daimiel. Y esto es lo que inclina la balanza, para nosotros, a favor de Daimiel de convertirse en mortal. Falk puede hacer esto porque tiene un status especial para nosotros: 1) goza de nuestra confianza porque lo conocemos como Columbo y como el actor Peter Falk, y 2) es el único ser humano adulto que, en este escena, al menos, puede sentir la presencia angelical que podemos ver. Falk deseando que Daimiel estuviera ahí se convierte en nuestro desear lo mismo para Daimiel. Por primera vez, podemos sentir, sin reservas, que lo que Daimiel está dando para convertirse en un mortal es más que compensado por lo que va a ganar.
Una de las funciones de la antigua función ángel es, pues, la de asegurarnos de que al renunciar a una existencia angelical, a cambio de la vida mortal, mucho más se gana lo que se perdió. En otras palabras, el equilibrio se inclinó a favor de la mortalidad.
Sin embargo, la presencia de Peter Falk también ayuda a establecer otro equilibrio - en gran parte verbal - dentro de la película, en el sentido de que el lenguaje elevado escrito por Peter Handke tiene como contrapeso aquí abajo en la tierra y en la calle la sabia e irresistible voz de Peter Falk.
La poesía de Handke se encuentra, por ejemplo, en los poemas infantiles de la apertura con el poema "Als das Kind Kind war", que se repetirá como un leitmotiv en toda la película. Todas las líneas de los ángeles fueron escritas por Handke, porque Wenders quería que Damiel y Cassiel hablaran "de una manera especial, casi un lenguaje pasado de moda", en lugar del alemán cotidiano. O como lo dijo una vez, con su característica modestia: los ángeles "sin duda debe hablar alemán mejor de lo que fui capaz de escribir."
Handke también escribió monólogos interiores de Homero, el primero de los cuales comienza “Cántanos, Musa, acerca del héroe…”
Y el monólogo final de Marion hablado con Daimiel en el bar, también fue escrito por Handke y termina de la siguiente manera:
“Tengo que poner fin a la casualidad! La luna nueva de la decisión! No sé si es el destino, pero no hay decisión! Decida! Somos el presente ahora. No sólo todo el pueblo, todo el mundo participa en nuestra decisión.
Tenemos que dos son ahora mucho más que dos.
Nos incorporamos algo.
Estamos sentados en la plaza del pueblo, y toda la plaza está llena de personas
que desean lo mismo que nosotros.
Decidimos el juego para todos!
Estoy listo.
Es tu turno ahora.
Tú tienes el juego en la mano.
Ahora o nunca.
Me necesitas, me vas a necesitar. No hay historia más grande que la nuestra, de hombre y mujer. Será una historia de gigantes, invisibles, fluctuantes, una historia de los nuevos padres. Mira, ¡mis ojos! Son la imagen de la necesidad, del futuro de todos en la plaza.
Anoche soñé con un extraño, de mi hombre. Sólo con él iba a estar, abrirme a él, completamente abierta y completamente para él, dejo que todo me penetre por completo, lo rodee con el laberinto de la felicidad compartida.
Sé que eres tú.”
Varios críticos han expresado su descontento con este monólogo, algunos lo encontraron pomposo y operístico, incluso "cripto-fascista", y vieron esta poesía como una negación de la celebración de los encarnados como Peter Falk, como si para acabar la película en una manera tan elevado, Wenders hubiese en cierto sentido repudiado lo cotidiano que parecía haber afirmado anteriormente en la película.
Esto no quiere decir que una elección debe hacerse entre lo espiritual y lo material, ya que la búsqueda de Daimiel no es una negación del espíritu sino un deseo de vivir una vida en la que se unen el espíritu y el cuerpo. Del mismo modo, no hay elección que se hará entre lo alto sublime y el día a día, la alta cultura de Homero y la cultura pop de Nick Cave, la belleza de la infancia y la iniciación en la edad adulta, con sus riesgos y su curso hasta la mortalidad. Estos no se presentan como alternativas mutuamente excluyentes, sino más bien como opuestos que se incluyen dentro de un marco que está abierto y lo suficientemente amplio para dar cabida a todos.
En este sentido, lo que Peter Falk está haciendo en el cielo sobre Berlín es contrarrestando con el encanto de su lenguaje sencillo y su forma, la elevada poesía de Peter Handke, al igual que el simple Falk representa en la película un contrapeso a la compleja espiritualidad encarnada por los personajes cuyas líneas fueron escritas por Handke. Estas reflexiones finales me han sido sugeridas por especialistas en la crítica de cine. Quise reproducirlas como homenaje al tema sobre el cual tratan: la artesanía cinematográfica. El film de Wim Wenders también es ofrecido para mirarlo por Vimeo en http://vimeo.com/13207279 y la primera porción de este post, referida a Germania anno zero, está visible desde el 21.07.2013 en kalais http://reyaller.wordpress.com/.- C.H.
Versiones del Robinson Crusoe y su reescritura femenina en la novela FOE
Daniel Defoe - un Robinson con sombrilla John Maxwell Coetzee
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Remedos y contrahechuras de Robinson Crusoe
[Relectura de un clásico – por Carlos Haller]
¿Qué semejanzas hay entre personajes literarios? Esta pregunta no equivale a indagar sobre los méritos respectivos de dos o más relatos que tienen como protagonista al “mismo” personaje, o de historias cuyas situaciones narrativas se parecen. Que “segundas partes nunca son buenas” es opinión extendida aunque inaplicable al propósito de este artículo. Bastarían para refutarla algunos ejemplos del género policial o del prolífico y serial Alejandro Dumas, cuyos héroes se afirman y crecen en sucesivas tramas. El caso paradigmático de ello lo es la “segunda parte del ingenioso cavallero DON QVIXOTE DE LA MANCHA, por Miguel de Ceruantes Saauedra, autor de su primera parte”: tras enconadas controversias, la mayoría de los críticos se ha pacificado en una admisión casi unánime de la pareja calidad literaria de ambas entregas y del positivo desenvolvimiento estético y humano de la figura quijotesca.
No puedo suscribir idéntico dictamen para la imagen literaria ulterior de Robinson Crusoe en The Farther Adventures of Robinson Crusoe y menos todavía en una tercera parte del mismo Defoe titulada Serious Reflections during the Life & Surprising Adventures of Robinson Crusoe. Pero aquí no pretendo establecer juicios de calidad escrituraria o narrativa que exceden mi competencia, sino enhebrar reflexiones comparatistas concernientes a dos versiones transgresivas del molde argumental y escriturario elaborado por ese autor en torno de su conocido personaje, ‘who lived Eight and Twenty Years, all alone in an uninhabited Island on the coast of America, near the Mouth of the Great River of Oroonoque; Having been cast on Shore by Shipwreck, wherein all the Men perished but himself. With An Account how he was at last as strangely deliver'd by Pirates. Written by Himself.’
El autor que escribió esos relatos y reflexiones delegó la responsabilidad de los mismos en el personaje protagónico, quien los narra y anota en primera persona hasta que llega el momento de citar los dichos del aborigen Friday. Búsquedas eruditas llevaron a la conjetura de que la inspiración y la motivación para redactar el primer Crusoe obedecieron a acicates diferentes. Era público el comentario acerca del naufragio de Alexander Selkirk, quien había pertenecido a la tripulación del filibustero William Dampier y, tras una rencilla con éste, fuera abandonado en una de las islas del archipiélago de Juan Fernández. Permaneció cuatro años y 4 meses a solas en dicha isla, hasta ser rescatado el 2 de febrero de 1709. Su historia fue escrita por Richard Steele y publicada en una revista o periódico en 1713. No es inverosímil que Defoe haya conocido a Selkirk como parroquiano de un pub de Bristol. Ahí tendríamos identificado al inspirador de la novela de aventuras que deleitó a niños y jóvenes de muchas generaciones.
Pero las motivaciones del trabajo de escribirla parece necesario buscarlas en las vicisitudes de la existencia y en las convicciones cívicas o religiosas del autor, quien dividió en tres etapas su relato para alargarlo con pasajes de una acerba crítica social matizada con pías loas e invocaciones a la omnisapiente providencia divina. Ésta no dejó desguarnecido a su náufrago ni al propio Daniel Foe, cuya vanidad lo llevó a anteponer un ”de” a su nada noble apellido pero no lo eximió de acusaciones de espionaje político, de persecuciones de acreedores ni de ser exhibido en una picota (pillory). Su vida mereció ser novelada, no tanto por los disgustos y peripecias que atravesó, sino por la creatividad literaria y periodística de que hizo gala. No suelo buscar explicaciones extraliterarias en las existencias reales de los escritores que reverencio, pero con Defoe hago una breve excepción. Cuando escribía sabia de qué hablaba, y cuando no, lo imaginaba con aguda verosimilitud. Podría ser el santo protector de quienes afrontan aprendizajes de supervivencia en situaciones extremas; aunque de santo tuvo poco, llegó hasta los 70 años.
Robinsonadas a granel
La inmediata y extendida difusión que muy pronto alcanzó el Robinson Crusoe desde su primera edición en 1719 no solo contribuyó al éxito de relatos semidocumentales posteriores del propio Defoe, sino que alentó traducciones a otros idiomas y engendró doquier una especie de subgénero narrativo denominado “Robinsonades”. Estas últimas enfocaban como eje del relato situaciones de individuos o pequeños grupos que – por libre elección o por accidente – quedaban aislados por cierto tiempo o para siempre de todo otro contacto humano, a veces en difíciles situaciones de supervivencia. A menudo eran leídos como novelas de aventuras o de entretenimiento; cuando caían en manos de críticos sagaces y aun de estudiosos de la sociedad, o pensadores de lo político, encontraban recepción académica.
El género de marras continúa de alguna manera muy vigente, si bien transformado por los cambios de las condiciones geográficas y técnicas. Ya no quedan islas ni continentes desconocidos o inexplorados, pero sí parajes desolados, zonas selváticas o montañosas donde esas situaciones de temporario o prolongado aislamiento puedan ser imaginadas y aun vividas. Los cada vez más frecuentes viajes de astronautas al “espacio exterior” y hacia otros planetas configuran un tipo de robinsonada, aunque los protagonistas mantengan la comunicación audiovisual con la base terrena.
La narrativa que estos sucesos reales engendran no siempre se agota en informes científicos. Igual que los antiguos viajes por mar, propician el vuelo de las fantasías literarias y sus multiplicadas versiones cinematográficas y teatrales, algunas bien trágicas. Huis clos, el experimento dramático de J.P. Sartre que tantas presentaciones escénicas logró, expone una robinsonada existencialista que lectores de hoy pueden encontrar en la web http://www.rojosobreblanco.org/descargas/A%20puerta%20cerrada.pdf . Más interesante aún desde el punto de vista psicosociológico, sin desmedro de la calidad literaria, es la novela Lord of the Flies de William Golding, amarga e incitante robinsonada con adolescentes.
Muchos resúmenes, distorsiones e imitaciones ha sufrido el original Robinson Crusoe. No todos ellos son deleznables ni merecedores de rechazo. Quiero proponer uno interesantísimo, si bien fragmentado por respeto al espacio disponible. Donde de veras se pone interesante la novela de Defoe es cuando su náufrago, resueltas ya casi todas sus dificultades de supervivencia y adaptación el medio isleño, encuentra de repente la huella de un pie humano estampada en la arena de la playa. En el texto de 1719 la escena comienza así: "One day, about noon, going towards my boat, I was exceedingly surprised with the print of a man's naked foot on the shore, which was very plain to be seen on the sand." Un “fiel” aunque extravagante racconto de aquel episodio y sus secuelas ha sido reescrito así por Mary Godolphin:
“One day at noon, while on a stroll down to a part of the shore that was new to me, what should I see on the sand but the print of a man's foot! I felt as if I was bound by a spell, and could not stir from, the spot.
Bye-and-bye, I stole a look round me, but no one was in sight, What could this mean? I went three or four times to look at it. There it was—the print of a man's foot; toes, heel, and all the parts of a foot. How could it have come there?
My head swam with fear; and as I left the spot, I made two or three steps, and then took a look round me; then two steps more, and did the same thing. I took fright at the stump of an old tree, and ran to my house, as if for my life. How could aught in the shape of a man come to that shore and I not know it? Where was the ship that brought him? Then a vague dread took hold of my mind, that some man, or set of men, had found me out; and it might be, that they meant to kill me, or rob me of all I had.
How strange a thing is the life of man! One day we love that which the next day we hate. One day we seek what the next day we shun. One day we long for the thing which the next day we fear; and so we go on. Now, from the time that I was cast on this isle, my great source of grief was that I should be thus cut off from the rest of my race. Why, then, should the thought that a man might be near give me all this pain? Nay, why should the mere sight of the print of a man's foot, make me quake with fear? It seems most strange; yet not more strange than true.”
Cotéjese el texto original del Robinson Crusoe con el tramo transcrito: nada más fiel ni compendioso en cuanto al argumento y a la secuencia narrativa; mas obsérvese en qué reside su extravagancia…
Una contrafactura ingeniosa
Foe, la novela más breve de Coetzee, vale como una obra maestra y así lo han señalado muchos críticos. Escrita en plena vigencia de los estudios sobre polifonía e intertextualidad, es un elocuente ejemplo de cómo un texto clásico se toma como pretexto para construir una novela llena de referencias. La narradora de Foe es Susan Barton, una mujer que tras sobrevivir a un naufragio y convivir en una isla desierta con Robinson Crusoe y su esclavo mudo, Viernes, regresa a Londres con la firme intención de que el eminente escritor Daniel Foe narre en una novela lo acontecido en la isla. La reescritura del clásico de Daniel Defoe da voz a una nueva versión de la historia. La evolución del personaje central, la narración epistolar que constituye gran parte del libro y el suspenso propio de la trama, hacen de Foe un relato ambicioso y original. También, va de suyo, transgresor y deformador al máximo de la trama original.
Puedo proponer, a quienes aún no estén ya componiendo su propia robinsonada, un ejercicio de escritura que vaya a contrapelo del Crusoe inicial; un intento diverso del de Coetzee aunque inspirado en su propia narración disidente. A semejanza del juego de alcanzar al payador un estribo de versos muy conocidos y cantados para que, haciendo pie en ellos, lance al galope su propia fantasía, ahora se trataría de “estribar” o calzar el pie literario en el fragmento de texto con el que se inicia la novela Foe y desde ahí, sin saber más sobre la trama de ésta, entretejer una nueva secuela argumental. Cada uno lo haría en el idioma que mejor domine, y habrá oportunidad de ulteriores cotejos con el relato producido por el genial escritor sudafricano. He aquí el pasaje copiado como disparador de la nueva escritura:
‘At last I could row no further. My hands were blistered, my back was burned, my body ached. With a sigh, making barely a splash, I slipped overboard. With slow strokes, my long hair floating about me, like a flower of the sea, like an anemone, like a jellyfish of the kind you see in the waters of Brazil, I swam towards the strange island, for a while swimming as I had rowed, against the current, then all at once free of its grip, carried by the waves into the bay and on to the beach.
There I lay sprawled on the hot sand, my head filled with the orange blaze of the sun, my petticoat (which was all I had escaped with) baking dry upon me, tired, grateful, like all the saved.
A dark shadow fell upon me, not of a cloud but of a man with a dazzling halo about him. “Castaway”, I said with my thick dry tongue.. “I am cast away. I am all alone”. And I held out my sore hands.
The man squatted down beside me. He was black: a Negro with a head of fuzzy wool, naked save for a pair of rough drawers. I lifted myself and studied the flat face, the small dull eyes, the broad nose, the thick lips, the skin not black but a dark grey, dry as if coated with dust. “Agua”, I said, trying Portuguese, and made a sign of drinking. He gave no reply, but regarded me as would a seal or a porpoise thrown up by the waves, that would shortly expire and might then be cut up for food. At his side he had a spear. I have come to an island of cannibals.
He reached out and with the back of his hand touched my arm. He is trying my flesh, I thought. But by and by my breathing slowed and I grew calmer. He smelled of fish, and of sheepswool on a hot day.’
A los fines del ejercicio propuesto, no es preciso – ni siquiera conveniente – encararlo con una previa carga de información acerca de las múltiples facetas estéticas, psicológicas, ideológicas y de otra índole que la crítica ha encontrado en el Foe de Mr Coetzee. Algunos críticos son escritores envidiosos, cuando no fracasados, y encuentran post festum las atribuciones de sentido que el narrador introdujo – a sabiendas o no – en la obra referenciada. Otros, los críticos “académicos”, se ven obligados a exprimirse los sesos para elaborar alguna tesis que parezca “original” entre miles de papers competidores.
Guárdenme los hados de tener que estudiar esas proezas intelectuales. No es aquí el sitio adecuado para resumirlas. Baste a interesados o curiosos la solo mención de alguno de los enfoques dados a la estampa después de aparecido Foe, tal vez idóneos para iluminar con nuevos rayos no sólo esa novela sino también todas las robinsonadas subsiguientes a la originaria.
El Robinson original ha sido leído como alegoría del “hombre natural” roussoniano, elogio del colonialismo civilizatorio europeo al que indirectamente denuncia, vibrante manifiesto individualista, parábola del arrepentimiento de los pecados y alabanza de la providencia divina. Sin ir más lejos, el propio Coetzee sostiene en uno de sus ensayos que Crusoe “se ha convertido en un personaje de la conciencia colectiva de Occidente”, una “persona viva” más allá de la ficta autobiografía que lo retrata y que eclipsa al autor Defoe, con ser éste sin embargo uno de los inauguradores de la novela realista inglesa. El personaje continúa ajustado a cánones doctrinarios tradicionales en cuanto reitera el modelo mítico de la desobediencia, el castigo y el arrepentimiento, esquema sin el cual no habría relato atrapante para contar; comparte asimismo los prejuicios europeos de etnocentrismo cultural y descalificación del primitivo como salvaje o caníbal, y en ese sentido justifica la conquista y la esclavización. A Defoe lo interpreta como un laborioso trabajador de la producción literaria y periodística que sabe “vender” los frutos de su tarea, sin depender de los mecenazgos de aristócratas o burgueses enriquecidos [Costas extrañas, citado, p. 30-36].
El Foe de Coetzee puede ser entendido como una contraescritura de ese mito robinsoniano, tanto en lo concerniente a Robinson como a Defoe. Con ello incita a componer otros relatos igualmente transgresores, como lo sería el “ejercicio” propuesto unos párrafos antes. No hay recetas a ese fin, si bien vale examinar algunas observaciones de la crítica: la lucha del personaje femenino por sobrevivir en el ambiente hosco de la isla con un Cruso poco sociable y un Viernes privado de lenguaje, la insistencia de ella en imponer su propio relato al escritor masculino, autor-enemigo (foe) que depende de la narradora pero se aferra a su propio propósito compositivo y temático dictado por la experiencia profesional. Susan Barton es así la protagonista de la novela; interactúa con Foe en niveles de subordinación y superioridad, y además sufre las perplejidades de una mujer que había partido en busca de su hija y no logra reconocerla cuando alguien se presenta como tal. Los críticos ideológicos, políticos y psicosociológicos de la novela Foe la han desmenuzado y reinterpretado a sus anchas desde sus respectivas trincheras, incluida la lacaniana. En la Red pueden encontrarse algunos de sus engendros, que exceden la capacidad de quien esto escribe y de la presente página.
El náufrago y “su hombre”
J.M. Coetzee nació en Sudáfrica en 1940 y ya no reside allí. Enseña, traduce y escribe; ganó varios premios y en 2003 el Nobel de Literatura. La novela Foe fue editada por primera vez en 1986 y, como sus otras producciones, vertida a varios idiomas. El escritor ha contado su infancia y su juventud; narrado acontecimientos de humanísima carnadura, dramáticos y ricos en su fictivo ropaje. Pero cuando en diciembre de 2003 le tocó leer ante la Academia Sueca del Nobel la alocución de práctica en tales ocasiones, dedicó todo ese discurso al tema que por lo visto y oído más lo fascinaba en esos momentos: la historia del célebre náufrago retornado a la patria después de casi 30 años, la de “su hombre” o sea my man Friday a quien había salvado de morir y hecho su sirviente, y la del prolífico escritor y panfletista que los había legado en forma novelada a la posteridad como tema de disfrute o saqueo para jóvenes y maduros lectores, para imitadores y detractores. No está aún legalmente autorizado transcribir en su integridad ese discurso, pero se nos permite el placer – exento de fin lucrativo – de gustar algunos de sus párrafos en el mismo idioma en que fuera pronunciado. Lleva como título He and His Man.
…..It seemed to him, coming from his island, where until Friday arrived he lived a silent life, that there was too much speech in the world. In bed beside his wife he felt as if a shower of pebbles were being poured upon his head, in an unending rustle and clatter, when all he desired was to sleep.
So when his old wife gave up the ghost he mourned but was not sorry. He buried her and after a decent while took this room in The Jolly Tar on the Bristol waterfront, leaving the direction of the estate in Huntingdon to his son, bringing with him only the parasol from the island that made him famous and the dead parrot fixed to its perch and a few necessaries, and has lived here alone ever since, strolling by day about the wharves and quays, staring out west over the sea, for his sight is still keen, smoking his pipes. As to his meals, he has these brought up to his room; for he finds no joy in society, having grown used to solitude on the island.
He does not read, he has lost the taste for it; but the writing of his adventures has put him in the habit of writing, it is a pleasant enough recreation. In the evening by candlelight he will take out his papers and sharpen his quills and write a page or two of his man, the man who sends report of the duckoys of Lincolnshire, and of the great engine of death in Halifax, that one can escape if before the awful blade can descend one can leap to one's feet and dash down the hill, and of numbers of other things. Every place he goes he sends report of, that is his first business, this busy man of his.
…A man of business, he thinks to himself. Let him be a man of business, a grain merchant or a leather merchant, let us say; or a manufacturer and purveyor of roof tiles somewhere where clay is plentiful, Wapping let us say, who must travel much in the interest of his trade. Make him prosperous, give him a wife who loves him and does not chatter too much and bears him children, daughters mainly; give him a reasonable happiness; then bring his happiness suddenly to an end. The Thames rises one winter, the kilns in which the tiles are baked are washed away, or the grain stores, or the leather works; he is ruined, this man of his, debtors descend upon him like flies or like crows, he has to flee his home, his wife, his children, and seek hiding in the most wretched of quarters in Beggars Lane under a false name and in disguise. And all of this - the wave of water, the ruin, the flight, the pennilessness, the tatters, the solitude - let all of this be a figure of the shipwreck and the island where he, poor Robin, was secluded from the world for twenty-six years, till he almost went mad (and indeed, who is to say he did not, in some measure?).
Or else let the man be a saddler with a home and a shop and a warehouse in Whitechapel and a mole on his chin and a wife who loves him and does not chatter and bears him children, daughters mainly, and gives him much happiness, until the plague descends upon the city, it is the year 1665, the great fire of London has not yet come. The plague descends upon London: daily, parish by parish, the count of the dead mounts, rich and poor, for the plague makes no distinction among stations, all this saddler's worldly wealth will not save him. He sends his wife and daughters into the countryside and makes plans to flee himself, but then does not. Thou shalt not be afraid for the terror at night, he reads, opening the Bible at hazard, not for the arrow that flieth by day; not for the pestilence that walketh in darkness; nor for the destruction that wasteth at noon-day. A thousand shall fall at thy side, and ten thousand at thy right hand, but it shall not come nigh thee.
…On another day, walking by the riverside in Wapping, his man that used to be a saddler but now has no occupation observes how a woman from the door of her house calls out to a man rowing in a dory: Robert! Robert! she calls; and how the man then rows ashore, and from the dory takes up a sack which he lays upon a stone by the riverside, and rows away again; and how the woman comes down to the riverside and picks up the sack and bears it home, very sorrowful-looking.
He accosts the man Robert and speaks to him. Robert informs him that the woman is his wife and the sack holds a week's supplies for her and their children, meat and meal and butter; but that he dare not approach nearer, for all of them, wife and children, have the plague upon them; and that it breaks his heart. And all of this - the man Robert and wife keeping communion through calls across the water, the sack left by the waterside - stands for itself certainly, but stands also as a figure of his, Robinson's, solitude on his island, where in his hour of darkest despair he called out across the waves to his loved ones in England to save him, and at other times swam out to the wreck in search of supplies.
…A year ago he, Robinson, paid two guineas to a sailor for a parrot the sailor had brought back from, he said, Brazil - a bird not so magnificent as his own well-beloved creature but splendid nonetheless, with green feathers and a scarlet crest and a great talker too, if the sailor was to be believed. And indeed the bird would sit on its perch in his room in the inn, with a little chain on its leg in case it should try to fly away, and say the words Poor Poll! Poor Poll! over and over till he was forced to hood it; but could not be taught to say any other word, Poor Robin! for instance, being perhaps too old for that.
…Some London-folk continue to go about their business, thinking they are healthy and will be passed over. But secretly they have the plague in their blood: when the infection reaches their heart they fall dead upon the spot, so reports his man, as if struck by lightning. And this is a figure for life itself, the whole of life. Due preparation. We should make due preparation for death, or else be struck down where we stand. As he, Robinson, was made to see when of a sudden, on his island, he came one day upon the footprint of a man in the sand. It was a print, and therefore a sign: of a foot, of a man. But it was a sign of much else too. You are not alone, said the sign; and also, No matter how far you sail, no matter where you hide, you will be searched out.
In the year of the plague, writes his man, others, out of terror, abandoned all, their homes, their wives and children, and fled as far from London as they could. When the plague had passed, their flight was condemned as cowardice on all sides. But, writes his man, we forget what kind of courage was called on to confront the plague. It was not a mere soldier's courage, like gripping a weapon and charging the foe: it was like charging Death itself on his pale horse.
...When the first bands of plagiarists and imitators descended upon his island history and foisted on the public their own feigned stories of the castaway life, they seemed to him no more or less than a horde of cannibals falling upon his own flesh, that is to say, his life; and he did not scruple to say so. When I defended myself against the cannibals, who sought to strike me down and roast me and devour me, he wrote, I thought I defended myself against the thing itself. Little did I guess, he wrote, that these cannibals were but figures of a more devilish voracity, that would gnaw at the very substance of truth.
But now, reflecting further, there begins to creep into his breast a touch of fellow-feeling for his imitators. For it seems to him now that there are but a handful of stories in the world; and if the young are to be forbidden to prey upon the old then they must sit for ever in silence.
Thus in the narrative of his island adventures he tells of how he awoke in terror one night convinced the devil lay upon him in his bed in the shape of a huge dog. So he leapt to his feet and grasped a cutlass and slashed left and right to defend himself while the poor parrot that slept by his bedside shrieked in alarm. Only many days later did he understand that neither dog nor devil had lain upon him, but rather that he had suffered a palsy of a passing kind, and being unable to move his leg had concluded there was some creature stretched out upon it. Of which event the lesson would seem to be that all afflictions, including the palsy, come from the devil and are the very devil; that a visitation by illness may be figured as a visitation by the devil, or by a dog figuring the devil, and vice versa, the visitation figured as an illness, as in the saddler's history of the plague; and therefore that no one who writes stories of either, the devil or the plague, should forthwith be dismissed as a forger or a thief.
When, years ago, he resolved to set down on paper the story of his island, he found that the words would not come, the pen would not flow, his very fingers were stiff and reluctant. But day by day, step by step, he mastered the writing business, until by the time of his adventures with Friday in the frozen north the pages were rolling off easily, even thoughtlessly.
…Does he, the other one, that man of his, find the writing business easier? The stories he writes of ducks and machines of death and London under the plague flow prettily enough; but then so did his own stories once. Perhaps he misjudges him, that dapper little man with the quick step and the mole upon his chin. Perhaps at this very moment he sits alone in a hired room somewhere in this wide kingdom dipping the pen and dipping it again, full of doubts and hesitations and second thoughts. How are they to be figured, this man and he? As master and slave? As brothers, twin brothers? As comrades in arms? Or as enemies, foes? What name shall he give this nameless fellow with whom he shares his evenings and sometimes his nights too, who is absent only in the daytime, when he, Robin, walks the quays inspecting the new arrivals and his man gallops about the kingdom making his inspections?
Will this man, in the course of his travels, ever come to Bristol? He yearns to meet the fellow in the flesh, shake his hand, take a stroll with him along the quayside and hearken as he tells of his visit to the dark north of the island, or of his adventures in the writing business. But he fears there will be no meeting, not in this life. If he must settle on a likeness for the pair of them, his man and he, he would write that they are like two ships sailing in contrary directions, one west, the other east. Or better, that they are deckhands toiling in the rigging, the one on a ship sailing west, the other on a ship sailing east. Their ships pass close, close enough to hail. But the seas are rough, the weather is stormy: their eyes lashed by the spray, their hands burned by the cordage, they pass each other by, too busy even to wave.’
Bibliografía consultada [Mar del Plata, abril de 2013]
Coetzee, J.M. (2005): Costas extrañas. Ensayos. (Trad. de Pedro Tena) – Bs. Aires, ed. Debate.
Coetzee, J.M. (2005): Foe.- (Traducción de A. García Reyes) - Buenos Aires, ed. Mondadori.
Defoe, Daniel (1963, 1974): Robinson Crusoe. – Barcelona, ed.Vosgos (sin datos del traductor; edición legible y completa, para lectores jóvenes. Dato curioso: el personaje Viernes aparece con el nombre de “Domingo”).
Praz, Mario (1976): La Literatura inglesa (vol. 2).- Trad. de C. Coldaroli – Bs.Aires, ed. Losada.
[Relectura de un clásico – por Carlos Haller]
¿Qué semejanzas hay entre personajes literarios? Esta pregunta no equivale a indagar sobre los méritos respectivos de dos o más relatos que tienen como protagonista al “mismo” personaje, o de historias cuyas situaciones narrativas se parecen. Que “segundas partes nunca son buenas” es opinión extendida aunque inaplicable al propósito de este artículo. Bastarían para refutarla algunos ejemplos del género policial o del prolífico y serial Alejandro Dumas, cuyos héroes se afirman y crecen en sucesivas tramas. El caso paradigmático de ello lo es la “segunda parte del ingenioso cavallero DON QVIXOTE DE LA MANCHA, por Miguel de Ceruantes Saauedra, autor de su primera parte”: tras enconadas controversias, la mayoría de los críticos se ha pacificado en una admisión casi unánime de la pareja calidad literaria de ambas entregas y del positivo desenvolvimiento estético y humano de la figura quijotesca.
No puedo suscribir idéntico dictamen para la imagen literaria ulterior de Robinson Crusoe en The Farther Adventures of Robinson Crusoe y menos todavía en una tercera parte del mismo Defoe titulada Serious Reflections during the Life & Surprising Adventures of Robinson Crusoe. Pero aquí no pretendo establecer juicios de calidad escrituraria o narrativa que exceden mi competencia, sino enhebrar reflexiones comparatistas concernientes a dos versiones transgresivas del molde argumental y escriturario elaborado por ese autor en torno de su conocido personaje, ‘who lived Eight and Twenty Years, all alone in an uninhabited Island on the coast of America, near the Mouth of the Great River of Oroonoque; Having been cast on Shore by Shipwreck, wherein all the Men perished but himself. With An Account how he was at last as strangely deliver'd by Pirates. Written by Himself.’
El autor que escribió esos relatos y reflexiones delegó la responsabilidad de los mismos en el personaje protagónico, quien los narra y anota en primera persona hasta que llega el momento de citar los dichos del aborigen Friday. Búsquedas eruditas llevaron a la conjetura de que la inspiración y la motivación para redactar el primer Crusoe obedecieron a acicates diferentes. Era público el comentario acerca del naufragio de Alexander Selkirk, quien había pertenecido a la tripulación del filibustero William Dampier y, tras una rencilla con éste, fuera abandonado en una de las islas del archipiélago de Juan Fernández. Permaneció cuatro años y 4 meses a solas en dicha isla, hasta ser rescatado el 2 de febrero de 1709. Su historia fue escrita por Richard Steele y publicada en una revista o periódico en 1713. No es inverosímil que Defoe haya conocido a Selkirk como parroquiano de un pub de Bristol. Ahí tendríamos identificado al inspirador de la novela de aventuras que deleitó a niños y jóvenes de muchas generaciones.
Pero las motivaciones del trabajo de escribirla parece necesario buscarlas en las vicisitudes de la existencia y en las convicciones cívicas o religiosas del autor, quien dividió en tres etapas su relato para alargarlo con pasajes de una acerba crítica social matizada con pías loas e invocaciones a la omnisapiente providencia divina. Ésta no dejó desguarnecido a su náufrago ni al propio Daniel Foe, cuya vanidad lo llevó a anteponer un ”de” a su nada noble apellido pero no lo eximió de acusaciones de espionaje político, de persecuciones de acreedores ni de ser exhibido en una picota (pillory). Su vida mereció ser novelada, no tanto por los disgustos y peripecias que atravesó, sino por la creatividad literaria y periodística de que hizo gala. No suelo buscar explicaciones extraliterarias en las existencias reales de los escritores que reverencio, pero con Defoe hago una breve excepción. Cuando escribía sabia de qué hablaba, y cuando no, lo imaginaba con aguda verosimilitud. Podría ser el santo protector de quienes afrontan aprendizajes de supervivencia en situaciones extremas; aunque de santo tuvo poco, llegó hasta los 70 años.
Robinsonadas a granel
La inmediata y extendida difusión que muy pronto alcanzó el Robinson Crusoe desde su primera edición en 1719 no solo contribuyó al éxito de relatos semidocumentales posteriores del propio Defoe, sino que alentó traducciones a otros idiomas y engendró doquier una especie de subgénero narrativo denominado “Robinsonades”. Estas últimas enfocaban como eje del relato situaciones de individuos o pequeños grupos que – por libre elección o por accidente – quedaban aislados por cierto tiempo o para siempre de todo otro contacto humano, a veces en difíciles situaciones de supervivencia. A menudo eran leídos como novelas de aventuras o de entretenimiento; cuando caían en manos de críticos sagaces y aun de estudiosos de la sociedad, o pensadores de lo político, encontraban recepción académica.
El género de marras continúa de alguna manera muy vigente, si bien transformado por los cambios de las condiciones geográficas y técnicas. Ya no quedan islas ni continentes desconocidos o inexplorados, pero sí parajes desolados, zonas selváticas o montañosas donde esas situaciones de temporario o prolongado aislamiento puedan ser imaginadas y aun vividas. Los cada vez más frecuentes viajes de astronautas al “espacio exterior” y hacia otros planetas configuran un tipo de robinsonada, aunque los protagonistas mantengan la comunicación audiovisual con la base terrena.
La narrativa que estos sucesos reales engendran no siempre se agota en informes científicos. Igual que los antiguos viajes por mar, propician el vuelo de las fantasías literarias y sus multiplicadas versiones cinematográficas y teatrales, algunas bien trágicas. Huis clos, el experimento dramático de J.P. Sartre que tantas presentaciones escénicas logró, expone una robinsonada existencialista que lectores de hoy pueden encontrar en la web http://www.rojosobreblanco.org/descargas/A%20puerta%20cerrada.pdf . Más interesante aún desde el punto de vista psicosociológico, sin desmedro de la calidad literaria, es la novela Lord of the Flies de William Golding, amarga e incitante robinsonada con adolescentes.
Muchos resúmenes, distorsiones e imitaciones ha sufrido el original Robinson Crusoe. No todos ellos son deleznables ni merecedores de rechazo. Quiero proponer uno interesantísimo, si bien fragmentado por respeto al espacio disponible. Donde de veras se pone interesante la novela de Defoe es cuando su náufrago, resueltas ya casi todas sus dificultades de supervivencia y adaptación el medio isleño, encuentra de repente la huella de un pie humano estampada en la arena de la playa. En el texto de 1719 la escena comienza así: "One day, about noon, going towards my boat, I was exceedingly surprised with the print of a man's naked foot on the shore, which was very plain to be seen on the sand." Un “fiel” aunque extravagante racconto de aquel episodio y sus secuelas ha sido reescrito así por Mary Godolphin:
“One day at noon, while on a stroll down to a part of the shore that was new to me, what should I see on the sand but the print of a man's foot! I felt as if I was bound by a spell, and could not stir from, the spot.
Bye-and-bye, I stole a look round me, but no one was in sight, What could this mean? I went three or four times to look at it. There it was—the print of a man's foot; toes, heel, and all the parts of a foot. How could it have come there?
My head swam with fear; and as I left the spot, I made two or three steps, and then took a look round me; then two steps more, and did the same thing. I took fright at the stump of an old tree, and ran to my house, as if for my life. How could aught in the shape of a man come to that shore and I not know it? Where was the ship that brought him? Then a vague dread took hold of my mind, that some man, or set of men, had found me out; and it might be, that they meant to kill me, or rob me of all I had.
How strange a thing is the life of man! One day we love that which the next day we hate. One day we seek what the next day we shun. One day we long for the thing which the next day we fear; and so we go on. Now, from the time that I was cast on this isle, my great source of grief was that I should be thus cut off from the rest of my race. Why, then, should the thought that a man might be near give me all this pain? Nay, why should the mere sight of the print of a man's foot, make me quake with fear? It seems most strange; yet not more strange than true.”
Cotéjese el texto original del Robinson Crusoe con el tramo transcrito: nada más fiel ni compendioso en cuanto al argumento y a la secuencia narrativa; mas obsérvese en qué reside su extravagancia…
Una contrafactura ingeniosa
Foe, la novela más breve de Coetzee, vale como una obra maestra y así lo han señalado muchos críticos. Escrita en plena vigencia de los estudios sobre polifonía e intertextualidad, es un elocuente ejemplo de cómo un texto clásico se toma como pretexto para construir una novela llena de referencias. La narradora de Foe es Susan Barton, una mujer que tras sobrevivir a un naufragio y convivir en una isla desierta con Robinson Crusoe y su esclavo mudo, Viernes, regresa a Londres con la firme intención de que el eminente escritor Daniel Foe narre en una novela lo acontecido en la isla. La reescritura del clásico de Daniel Defoe da voz a una nueva versión de la historia. La evolución del personaje central, la narración epistolar que constituye gran parte del libro y el suspenso propio de la trama, hacen de Foe un relato ambicioso y original. También, va de suyo, transgresor y deformador al máximo de la trama original.
Puedo proponer, a quienes aún no estén ya componiendo su propia robinsonada, un ejercicio de escritura que vaya a contrapelo del Crusoe inicial; un intento diverso del de Coetzee aunque inspirado en su propia narración disidente. A semejanza del juego de alcanzar al payador un estribo de versos muy conocidos y cantados para que, haciendo pie en ellos, lance al galope su propia fantasía, ahora se trataría de “estribar” o calzar el pie literario en el fragmento de texto con el que se inicia la novela Foe y desde ahí, sin saber más sobre la trama de ésta, entretejer una nueva secuela argumental. Cada uno lo haría en el idioma que mejor domine, y habrá oportunidad de ulteriores cotejos con el relato producido por el genial escritor sudafricano. He aquí el pasaje copiado como disparador de la nueva escritura:
‘At last I could row no further. My hands were blistered, my back was burned, my body ached. With a sigh, making barely a splash, I slipped overboard. With slow strokes, my long hair floating about me, like a flower of the sea, like an anemone, like a jellyfish of the kind you see in the waters of Brazil, I swam towards the strange island, for a while swimming as I had rowed, against the current, then all at once free of its grip, carried by the waves into the bay and on to the beach.
There I lay sprawled on the hot sand, my head filled with the orange blaze of the sun, my petticoat (which was all I had escaped with) baking dry upon me, tired, grateful, like all the saved.
A dark shadow fell upon me, not of a cloud but of a man with a dazzling halo about him. “Castaway”, I said with my thick dry tongue.. “I am cast away. I am all alone”. And I held out my sore hands.
The man squatted down beside me. He was black: a Negro with a head of fuzzy wool, naked save for a pair of rough drawers. I lifted myself and studied the flat face, the small dull eyes, the broad nose, the thick lips, the skin not black but a dark grey, dry as if coated with dust. “Agua”, I said, trying Portuguese, and made a sign of drinking. He gave no reply, but regarded me as would a seal or a porpoise thrown up by the waves, that would shortly expire and might then be cut up for food. At his side he had a spear. I have come to an island of cannibals.
He reached out and with the back of his hand touched my arm. He is trying my flesh, I thought. But by and by my breathing slowed and I grew calmer. He smelled of fish, and of sheepswool on a hot day.’
A los fines del ejercicio propuesto, no es preciso – ni siquiera conveniente – encararlo con una previa carga de información acerca de las múltiples facetas estéticas, psicológicas, ideológicas y de otra índole que la crítica ha encontrado en el Foe de Mr Coetzee. Algunos críticos son escritores envidiosos, cuando no fracasados, y encuentran post festum las atribuciones de sentido que el narrador introdujo – a sabiendas o no – en la obra referenciada. Otros, los críticos “académicos”, se ven obligados a exprimirse los sesos para elaborar alguna tesis que parezca “original” entre miles de papers competidores.
Guárdenme los hados de tener que estudiar esas proezas intelectuales. No es aquí el sitio adecuado para resumirlas. Baste a interesados o curiosos la solo mención de alguno de los enfoques dados a la estampa después de aparecido Foe, tal vez idóneos para iluminar con nuevos rayos no sólo esa novela sino también todas las robinsonadas subsiguientes a la originaria.
El Robinson original ha sido leído como alegoría del “hombre natural” roussoniano, elogio del colonialismo civilizatorio europeo al que indirectamente denuncia, vibrante manifiesto individualista, parábola del arrepentimiento de los pecados y alabanza de la providencia divina. Sin ir más lejos, el propio Coetzee sostiene en uno de sus ensayos que Crusoe “se ha convertido en un personaje de la conciencia colectiva de Occidente”, una “persona viva” más allá de la ficta autobiografía que lo retrata y que eclipsa al autor Defoe, con ser éste sin embargo uno de los inauguradores de la novela realista inglesa. El personaje continúa ajustado a cánones doctrinarios tradicionales en cuanto reitera el modelo mítico de la desobediencia, el castigo y el arrepentimiento, esquema sin el cual no habría relato atrapante para contar; comparte asimismo los prejuicios europeos de etnocentrismo cultural y descalificación del primitivo como salvaje o caníbal, y en ese sentido justifica la conquista y la esclavización. A Defoe lo interpreta como un laborioso trabajador de la producción literaria y periodística que sabe “vender” los frutos de su tarea, sin depender de los mecenazgos de aristócratas o burgueses enriquecidos [Costas extrañas, citado, p. 30-36].
El Foe de Coetzee puede ser entendido como una contraescritura de ese mito robinsoniano, tanto en lo concerniente a Robinson como a Defoe. Con ello incita a componer otros relatos igualmente transgresores, como lo sería el “ejercicio” propuesto unos párrafos antes. No hay recetas a ese fin, si bien vale examinar algunas observaciones de la crítica: la lucha del personaje femenino por sobrevivir en el ambiente hosco de la isla con un Cruso poco sociable y un Viernes privado de lenguaje, la insistencia de ella en imponer su propio relato al escritor masculino, autor-enemigo (foe) que depende de la narradora pero se aferra a su propio propósito compositivo y temático dictado por la experiencia profesional. Susan Barton es así la protagonista de la novela; interactúa con Foe en niveles de subordinación y superioridad, y además sufre las perplejidades de una mujer que había partido en busca de su hija y no logra reconocerla cuando alguien se presenta como tal. Los críticos ideológicos, políticos y psicosociológicos de la novela Foe la han desmenuzado y reinterpretado a sus anchas desde sus respectivas trincheras, incluida la lacaniana. En la Red pueden encontrarse algunos de sus engendros, que exceden la capacidad de quien esto escribe y de la presente página.
El náufrago y “su hombre”
J.M. Coetzee nació en Sudáfrica en 1940 y ya no reside allí. Enseña, traduce y escribe; ganó varios premios y en 2003 el Nobel de Literatura. La novela Foe fue editada por primera vez en 1986 y, como sus otras producciones, vertida a varios idiomas. El escritor ha contado su infancia y su juventud; narrado acontecimientos de humanísima carnadura, dramáticos y ricos en su fictivo ropaje. Pero cuando en diciembre de 2003 le tocó leer ante la Academia Sueca del Nobel la alocución de práctica en tales ocasiones, dedicó todo ese discurso al tema que por lo visto y oído más lo fascinaba en esos momentos: la historia del célebre náufrago retornado a la patria después de casi 30 años, la de “su hombre” o sea my man Friday a quien había salvado de morir y hecho su sirviente, y la del prolífico escritor y panfletista que los había legado en forma novelada a la posteridad como tema de disfrute o saqueo para jóvenes y maduros lectores, para imitadores y detractores. No está aún legalmente autorizado transcribir en su integridad ese discurso, pero se nos permite el placer – exento de fin lucrativo – de gustar algunos de sus párrafos en el mismo idioma en que fuera pronunciado. Lleva como título He and His Man.
…..It seemed to him, coming from his island, where until Friday arrived he lived a silent life, that there was too much speech in the world. In bed beside his wife he felt as if a shower of pebbles were being poured upon his head, in an unending rustle and clatter, when all he desired was to sleep.
So when his old wife gave up the ghost he mourned but was not sorry. He buried her and after a decent while took this room in The Jolly Tar on the Bristol waterfront, leaving the direction of the estate in Huntingdon to his son, bringing with him only the parasol from the island that made him famous and the dead parrot fixed to its perch and a few necessaries, and has lived here alone ever since, strolling by day about the wharves and quays, staring out west over the sea, for his sight is still keen, smoking his pipes. As to his meals, he has these brought up to his room; for he finds no joy in society, having grown used to solitude on the island.
He does not read, he has lost the taste for it; but the writing of his adventures has put him in the habit of writing, it is a pleasant enough recreation. In the evening by candlelight he will take out his papers and sharpen his quills and write a page or two of his man, the man who sends report of the duckoys of Lincolnshire, and of the great engine of death in Halifax, that one can escape if before the awful blade can descend one can leap to one's feet and dash down the hill, and of numbers of other things. Every place he goes he sends report of, that is his first business, this busy man of his.
…A man of business, he thinks to himself. Let him be a man of business, a grain merchant or a leather merchant, let us say; or a manufacturer and purveyor of roof tiles somewhere where clay is plentiful, Wapping let us say, who must travel much in the interest of his trade. Make him prosperous, give him a wife who loves him and does not chatter too much and bears him children, daughters mainly; give him a reasonable happiness; then bring his happiness suddenly to an end. The Thames rises one winter, the kilns in which the tiles are baked are washed away, or the grain stores, or the leather works; he is ruined, this man of his, debtors descend upon him like flies or like crows, he has to flee his home, his wife, his children, and seek hiding in the most wretched of quarters in Beggars Lane under a false name and in disguise. And all of this - the wave of water, the ruin, the flight, the pennilessness, the tatters, the solitude - let all of this be a figure of the shipwreck and the island where he, poor Robin, was secluded from the world for twenty-six years, till he almost went mad (and indeed, who is to say he did not, in some measure?).
Or else let the man be a saddler with a home and a shop and a warehouse in Whitechapel and a mole on his chin and a wife who loves him and does not chatter and bears him children, daughters mainly, and gives him much happiness, until the plague descends upon the city, it is the year 1665, the great fire of London has not yet come. The plague descends upon London: daily, parish by parish, the count of the dead mounts, rich and poor, for the plague makes no distinction among stations, all this saddler's worldly wealth will not save him. He sends his wife and daughters into the countryside and makes plans to flee himself, but then does not. Thou shalt not be afraid for the terror at night, he reads, opening the Bible at hazard, not for the arrow that flieth by day; not for the pestilence that walketh in darkness; nor for the destruction that wasteth at noon-day. A thousand shall fall at thy side, and ten thousand at thy right hand, but it shall not come nigh thee.
…On another day, walking by the riverside in Wapping, his man that used to be a saddler but now has no occupation observes how a woman from the door of her house calls out to a man rowing in a dory: Robert! Robert! she calls; and how the man then rows ashore, and from the dory takes up a sack which he lays upon a stone by the riverside, and rows away again; and how the woman comes down to the riverside and picks up the sack and bears it home, very sorrowful-looking.
He accosts the man Robert and speaks to him. Robert informs him that the woman is his wife and the sack holds a week's supplies for her and their children, meat and meal and butter; but that he dare not approach nearer, for all of them, wife and children, have the plague upon them; and that it breaks his heart. And all of this - the man Robert and wife keeping communion through calls across the water, the sack left by the waterside - stands for itself certainly, but stands also as a figure of his, Robinson's, solitude on his island, where in his hour of darkest despair he called out across the waves to his loved ones in England to save him, and at other times swam out to the wreck in search of supplies.
…A year ago he, Robinson, paid two guineas to a sailor for a parrot the sailor had brought back from, he said, Brazil - a bird not so magnificent as his own well-beloved creature but splendid nonetheless, with green feathers and a scarlet crest and a great talker too, if the sailor was to be believed. And indeed the bird would sit on its perch in his room in the inn, with a little chain on its leg in case it should try to fly away, and say the words Poor Poll! Poor Poll! over and over till he was forced to hood it; but could not be taught to say any other word, Poor Robin! for instance, being perhaps too old for that.
…Some London-folk continue to go about their business, thinking they are healthy and will be passed over. But secretly they have the plague in their blood: when the infection reaches their heart they fall dead upon the spot, so reports his man, as if struck by lightning. And this is a figure for life itself, the whole of life. Due preparation. We should make due preparation for death, or else be struck down where we stand. As he, Robinson, was made to see when of a sudden, on his island, he came one day upon the footprint of a man in the sand. It was a print, and therefore a sign: of a foot, of a man. But it was a sign of much else too. You are not alone, said the sign; and also, No matter how far you sail, no matter where you hide, you will be searched out.
In the year of the plague, writes his man, others, out of terror, abandoned all, their homes, their wives and children, and fled as far from London as they could. When the plague had passed, their flight was condemned as cowardice on all sides. But, writes his man, we forget what kind of courage was called on to confront the plague. It was not a mere soldier's courage, like gripping a weapon and charging the foe: it was like charging Death itself on his pale horse.
...When the first bands of plagiarists and imitators descended upon his island history and foisted on the public their own feigned stories of the castaway life, they seemed to him no more or less than a horde of cannibals falling upon his own flesh, that is to say, his life; and he did not scruple to say so. When I defended myself against the cannibals, who sought to strike me down and roast me and devour me, he wrote, I thought I defended myself against the thing itself. Little did I guess, he wrote, that these cannibals were but figures of a more devilish voracity, that would gnaw at the very substance of truth.
But now, reflecting further, there begins to creep into his breast a touch of fellow-feeling for his imitators. For it seems to him now that there are but a handful of stories in the world; and if the young are to be forbidden to prey upon the old then they must sit for ever in silence.
Thus in the narrative of his island adventures he tells of how he awoke in terror one night convinced the devil lay upon him in his bed in the shape of a huge dog. So he leapt to his feet and grasped a cutlass and slashed left and right to defend himself while the poor parrot that slept by his bedside shrieked in alarm. Only many days later did he understand that neither dog nor devil had lain upon him, but rather that he had suffered a palsy of a passing kind, and being unable to move his leg had concluded there was some creature stretched out upon it. Of which event the lesson would seem to be that all afflictions, including the palsy, come from the devil and are the very devil; that a visitation by illness may be figured as a visitation by the devil, or by a dog figuring the devil, and vice versa, the visitation figured as an illness, as in the saddler's history of the plague; and therefore that no one who writes stories of either, the devil or the plague, should forthwith be dismissed as a forger or a thief.
When, years ago, he resolved to set down on paper the story of his island, he found that the words would not come, the pen would not flow, his very fingers were stiff and reluctant. But day by day, step by step, he mastered the writing business, until by the time of his adventures with Friday in the frozen north the pages were rolling off easily, even thoughtlessly.
…Does he, the other one, that man of his, find the writing business easier? The stories he writes of ducks and machines of death and London under the plague flow prettily enough; but then so did his own stories once. Perhaps he misjudges him, that dapper little man with the quick step and the mole upon his chin. Perhaps at this very moment he sits alone in a hired room somewhere in this wide kingdom dipping the pen and dipping it again, full of doubts and hesitations and second thoughts. How are they to be figured, this man and he? As master and slave? As brothers, twin brothers? As comrades in arms? Or as enemies, foes? What name shall he give this nameless fellow with whom he shares his evenings and sometimes his nights too, who is absent only in the daytime, when he, Robin, walks the quays inspecting the new arrivals and his man gallops about the kingdom making his inspections?
Will this man, in the course of his travels, ever come to Bristol? He yearns to meet the fellow in the flesh, shake his hand, take a stroll with him along the quayside and hearken as he tells of his visit to the dark north of the island, or of his adventures in the writing business. But he fears there will be no meeting, not in this life. If he must settle on a likeness for the pair of them, his man and he, he would write that they are like two ships sailing in contrary directions, one west, the other east. Or better, that they are deckhands toiling in the rigging, the one on a ship sailing west, the other on a ship sailing east. Their ships pass close, close enough to hail. But the seas are rough, the weather is stormy: their eyes lashed by the spray, their hands burned by the cordage, they pass each other by, too busy even to wave.’
Bibliografía consultada [Mar del Plata, abril de 2013]
Coetzee, J.M. (2005): Costas extrañas. Ensayos. (Trad. de Pedro Tena) – Bs. Aires, ed. Debate.
Coetzee, J.M. (2005): Foe.- (Traducción de A. García Reyes) - Buenos Aires, ed. Mondadori.
Defoe, Daniel (1963, 1974): Robinson Crusoe. – Barcelona, ed.Vosgos (sin datos del traductor; edición legible y completa, para lectores jóvenes. Dato curioso: el personaje Viernes aparece con el nombre de “Domingo”).
Praz, Mario (1976): La Literatura inglesa (vol. 2).- Trad. de C. Coldaroli – Bs.Aires, ed. Losada.
Roentgen : Ebanistería de lujo con alma de relojería
Un hallazgo fortuito y después unas breves exploraciones espolearon mi curiosidad hacia una clase de muebles suntuosos del siglo XVIII, creados para diversos usos y con variadas denominaciones. No pude resistir el afán de abrir este álbum digital para algunos de ellos, con el deseo de compartirlos con eventuales lectores de esta página.
Las denominaciones detalladas escapan a mi conocimiento, aunque algunos responden a los tipos y nombres de la somera recapitulación que sigue: Secrétaire, secreter: mueble con tapa rebatible sobre el cual se escribe y en cuyo interior se guardan documentos, ocultos a veces por gabinetes complicados de abrir o compartimientos secretos. - Berlin http://www.youtube.com/watch?v=MKikHxKeodA
Poudreuse – Mesa de tocador compartimentada http://www.youtube.com/watch?v=ziQijKhpCLY&feature=episodic&NR=1 poudreuse (n.f.) : 1. ancienne table de toilette .- 2.meuble destiné à ranger les accessoires de la toilette féminine.
Fotos de colección http://www.frankcmoeller.de/pdf/FCM-25Entdeckungen-0911.pdf
Medular estudio con ilustraciones http://www.c-forumholz.de/assets/upload/download/374ce97911acb3af.pdf
David Roentgen – ein Ikarus der Moderne ,Von Christian Zander, Freiburg
-Ni mausoleos ni bóvedas para guardar tesoros de gran volumen. Eran más bien escondrijos donde preservar anotaciones íntimas, correspondencia confidencial, quizá algún indivulgable documento de estado o una alhaja proveniente de un obsequio comprometedor. La belleza visual y el ingenio mecánico puestos al servicio de la necesidad del ocultamiento. Útiles como apoyo del acto de escribir, aunque no mesas para la tarea del escribiente o del escritor. Custodios de secretos: de ahí el vocablo secrètaire, españolizado sin trabas académicas como secreter y luego divulgado para designar al diligente secretario (del gobierno, del partido, del gremio) y a la bella y eficaz secretaria (en la escuela, en la empresa multinacional, en las rodillas gerenciales).
Muebles destinados a las funciones aludidas, no personas que las cumplen, son los objetos de arte y artesanía que pasaron desapercibidos ante mi voracidad lectora cuando devoraba el José Bálsamo o las memorias de un médico de corte y El collar de la reina del prolífico Alejandro Dumas, cuyos “negros” o escribientes a sueldo penaban sentados durante muchas horas de cada jornada ante mesas de trabajo carentes, por cierto, de esos refinamientos.
Fueron posibles como inventos y se elevaron a moda entre gente de alcurnia y de “medios”, una vez que las aleaciones de metales finos hubieron sido puestas a punto para ser utilizadas en la confección de muelles, charnelas y espirales, pesas y cadenas de suave deslizamiento, ruedas dentadas y otros delicados mecanismos de relojería. Cuando al mismo tiempo había culminado el a veces ríspido y prolongado proceso de emancipación de ciertos oficios artesanales que antes quedaban sujetos a medievales restricciones de las corporaciones gremiales que, so pretexto de ser sus defensoras, no concedían favor ni espacio a las innovaciones técnicas por temor de una lucha desenfrenada entre competidores de la misma rama.
Esos cambios de estructuras productivas comenzaron antes de que se instauraran a pleno las libertades de las industrias capitalistas y las revoluciones políticas que las acompañaron, e interactuaban con la aparición de agrupamientos religiosos, sectarios o no, que cuando eran expulsados de regiones de fuerte predominio católico o protestante buscaban nueva residencia en países o ciudades más tolerantes de sus prácticas de culto y que fomentaran el libre despliegue de sus oficios civiles. A ese desarrollo no fueron ajenos países del viejo y del nuevo mundo, entre ellos la asaz diversificada región llamada Alemania.
Los dos siglos del mecanicismo y del despotismo ilustrado
En esa Alemania del siglo XVIII vivió y trabajó Abraham Roentgen (*30 de enero de 1711 - ¬1 de marzo de 1793), un artesano alemán de carpintería fina. En el taller de ebanistería de su padre aprendió Abraham los rudimentos del oficio y, como se estilaba en su tiempo, a los 20 años de edad emprendió los peregrinajes (Wanderschaft) que lo llevaron a perfeccionarse con los más afamados ebanistas de los Países Bajos y de Londres. En la capital inglesa conoció a un conde alemán de confesión pietista, obispo de una comunidad luterana disidente,en la cual no tardó en ingresar y donde estableció contactos que resultaron favorecedores de su oficio y su carrera, y la de su hijo David.
Casado con una seguidora de esa hermandad, ambos decidieron emigrar hacia Norteamérica para emprender tareas misionales en South Carolina; pero la nave que los llevaba encalló y naufragó en las costas de Irlanda. Salvaron sus vidas pero regresaron a Alemania, donde en 1742 Abraham abrió su propio taller. En agosto de 1743 nació su hijo David, que después continuaría y aun superaría la destreza del padre en la fabricación de muebles y artefactos de extrema finura. Sus contactos con miembros de la nobleza y de la burguesía adinerada asegurarían a ambos una nutrida clientela.
Abraham Roentgen
Cuando la intolerancia religiosa impuso la expulsión de los disidentes pietistas, los Roentgen y otras familias de esa confesión se establecieron en la “ciudad libre” de Neuwied, sobre la orilla derecha del Rhein (a la altura del Westerwald), sitio famoso por la hospitalidad que brindaba a los librepensadores, muchos de ellos formados en los mejores oficios y saberes. Allí confeccionaron los Roentgen magníficos muebles de estilo inglés y rococó, incluyendo en sus estructuras algunos artefactos mecánicos que – unidos a la belleza de los modelos – pronto se hicieron conocer como “estilo Neuwied” y se vendían como piezas de lujo para casas de reyes, príncipes y banqueros de toda Europa.
Hacia 1760 entraron en colaboración con el fabricante de relojes Kintzing, de la misma ciudad, y las ventas de los socios continuaron con éxito, pero el paulatino viraje de las modas estilísticas hacia el clasicismo impuso cambios en los modelos. Además, el floreciente progreso económico de Abraham se tradujo en desinteligencias con la cofradía pietista a la que, de todos modos, siguió ligado hasta el fin de sus días. Murió en 1793.
Hacia 1760 entraron en colaboración con el fabricante de relojes Kintzing, de la misma ciudad, y las ventas de los socios continuaron con éxito, pero el paulatino viraje de las modas estilísticas hacia el clasicismo impuso cambios en los modelos. Además, el floreciente progreso económico de Abraham se tradujo en desinteligencias con la cofradía pietista a la que, de todos modos, siguió ligado hasta el fin de sus días. Murió en 1793.
David Roentgen
Su hijo David continuó y sobrepasó la celebridad de Abraham. Resistido al principio por el gremio de carpinteros y ebanistas de Paris a causa de la difusión alcanzada por las artesanías fabricadas en Neuwied, obtuvo el favor de Marie Antoinette – la esposa del rey Luis XVI – odiada por los franceses a raíz de sus inocentes frivolidades y por ser l’autrichienne (la hija del emperador de Austria). Ella lo nombró su ébéniste mechanicien - „ébéniste méchanicien du Roi et de la Reine“. Con su ingreso formal en la cofradía de artesanos parisinos, David obtuvo cierta libertad para exponer y vender sus producciones, nada masivas por cierto dado el tiempo y el esfuerzo que insumía cada una de sus marqueterías, en las que los efectos de brillo y sombra, en vez de lograrse por quemado, ahumado y burilado como hasta entonces, se obtenían por la yuxtaposición de plaquetas de diversos tonos hasta conseguir la apariencia de la pietra dura, considerada como un arte de orfebres.
El título de “ebanista mecánico” era debido a la maestría de David Roentgen en la creación de delicados y originales muebles que llevaban insertos mecanismos de apertura y cierre basados en modelos de la relojería: muelles o espirales de metales tensables que se contraen al ser presionados y vuelven a la posición inicial cuando se aflojan, o pesas sujetas con cadenas sutiles y de buen deslizamiento para aprovechar la fuerza de gravedad. No se piense en la electricidad ni en la actual electrónica, aún ignoradas en sus aplicaciones utilitarias por aquellos años. Era una época de ilustración y temprano mecanicismo, de refinamiento de los metales e instrumentos, cuando los ingeniosos artefactos de los inventores hacían las delicias de nobles, príncipes y acaudalados burgueses. El propio Louis XVI y su inmediato antecesor solían entretenerse con tales juguetes en sus gabinetes de relojería.
Podríamos reproducir los dibujos y diseños diagramados para esos mecanismos que David Roentgen armaba en el interior de su fino mobiliario, pero ello en nada enriquecería nuestra imaginación. Sólo al observar los movimientos de apertura y cierre que la mano enguantada de un especialista muestra en el video que ilustra esta admirativa nota, comenzaremos a conjeturar a cuál tipo de mecanismo se debe cada uno de los resultados. Con deplorable ingenuidad, propia del mal alumno de Física que siempre fui en la “secundaria”, puedo intuir que a cada efecto kinético que veo producirse en el misterioso secretaire haya debido anteceder un leve esfuerzo de brazos, manos o dedos (elevación de algún peso, apriete de alguna espiral elástica, un muelle, un resorte) que, al cesar la coerción externa o el perno que los sujeta, tiendan a volver a su forma anterior o hacia el centro de la tierra. Ocurra ello de inmediato o al cabo de cierto tiempo, o cuando el accionar de una llave o bien la apertura de un compartimiento desplacen el freno que retrasaba dicho efecto. De esos trucos se valen aun hoy muchos “magos” o ilusionistas. Y si nos equivocamos o simplificamos en exceso la reconstrucción mental del fenómeno, nuestra conciencia de legos no sufrirá gran menoscabo. El propio Johann Wolfgang Goethe, que algo entendía de la ciencia y las artes mecánicas de su tiempo, cita admirado en su Wilhelm Meister los ingenieriles prodigios de David Roentgen.
Esa inventiva no se limitaba a la faceta artesanal, carpinteril y mecánica de su quehacer. Se destacó también como astuto hombre de negocios y por cierto no los dirigía desde un apoltronado sillón ni detrás de un escritorio. Viajó por toda Europa con el fin de hacer conocer y vender sus creaciones. A la protección de la cónyuge real de Francia sumó asimismo la del rey de Prusia, Friedrich-Wilhelm II y la de Ekatherina II, zarina de todas las Rusias, vínculos que le proporcionaron un buen número de clientes. Conocido en Inglaterra, cuyos modelos de ebanistería mobiliaria en parte asimiló Roentgen al comienzo de sus aprendizajes, no fue del todo aceptado por el gusto inglés a causa de su estilo recargado a la francesa.
Su buena estrella se eclipsó como la de su desdichada protectora Marie Antoinette, si bien no compartió con ella el cadalso. En 1793, el gobierno revolucionario de Paris confiscó sus bienes personales y los de sus salas de exposición. Cinco años después, bajo la ocupación napoleónica en Alemania, su taller de Neuwied fue clausurado y quedó al borde de la ruina económica. Murió en Wiesbaden el 12 de febrero de 1807. Una curiosidad maravillada al revisitar sus creaciones ha dictado este homenaje y el deseo de compartirlo.
La web nos brinda la oportunidad de atisbar esas creaciones que conjugan utilidad, belleza y conocimiento artesanal. Se encuentran dispersas entre varios museos de Europa y los EE.UU., localizaciones que quizás han contribuido a preservarlas mejor que si hubiesen permanecido en manos de sus originarios compradores o de sus descendientes. La mayoría de ellos casi no perdió su brillo ya que sus superficies no estaban pintadas sino confeccionadas con pequeñas láminas y mosaicos de maderas finas.
La enorme ventaja que tal vez obtenga el visitante de dichos museos es la de dimensionar con la propia mirada o el tamaño del cuerpo las reales proporciones de esos artefactos. Eran juguetes de tamaños proporcionados a la altura de personas mayores, es decir: juguetes para adultos.
Carlos Haller
Mar del Plata, mayo de 2013.-
Umberto D: un jubilado y su perrito
.El homenaje a los creadores y realizadores del film UMBERTO D - a más de 60 años de su estreno - quedó registrado en mi página http://reyaller.wordpress.com/ con el post del 4 de junio de 2013. Allí transcribo algunas de las críticas que mereció.- C.H.
Profetizan tu destino y te devoran: Homero, Kafka y las Sirenas
Este es el video nº 2 de una serie de 3. Ver el 3º en http://www.youtube.com/watch?v=2hPwfut0f6k
y el 1º en: http://www.youtube.com/watch?v=6SOgib6B2vg
Profetizan tu destino y te devoran: Homero, Kafka y las Sirenas
Franz Kafka - Das Schweigen der Sirenen
Beweis dessen, daß auch unzulängliche, ja kindische Mittel zur Rettung dienen können:
Um sich vor den Sirenen zu bewahren, stopfte sich Odysseus Wachs in die Ohren und ließ sich am Mast festschmieden. Ähnliches hätten natürlich seit jeher alle Reisenden tun können, außer denen, welche die Sirenen schon aus der Ferne verlockten, aber es war in der ganzen Welt bekannt, daß dies unmöglich helfen konnte. Der Sang der Sirenen durchdrang alles, und die Leidenschaft der Verführten hätte mehr als Ketten und Mast gesprengt. Daran aber dachte Odysseus nicht, obwohl er davon vielleicht gehört hatte. Er vertraute vollständig der Handvoll Wachs und dem Gebinde Ketten und in unschuldiger Freude über seine Mittelchen fuhr er den Sirenen entgegen.
Nun haben aber die Sirenen eine noch schrecklichere Waffe als den Gesang, nämlich ihr Schweigen. Es ist zwar nicht geschehen, aber vielleicht denkbar, daß sich jemand vor ihrem Gesang gerettet hätte, vor ihrem Schweigen gewiß nicht. Dem Gefühl, aus eigener Kraft sie besiegt zu haben, der daraus folgenden alles fortreißenden Überhebung kann nichts Irdisches widerstehen.
Und tatsächlich sangen, als Odysseus kam, die gewaltigen Sängerinnen nicht, sei es, daß sie glaubten, diesem Gegner könne nur noch das Schweigen beikommen, sei es, daß der Anblick der Glückseligkeit im Gesicht des Odysseus, der an nichts anderes als an Wachs und Ketten dachte, sie allen Gesang vergessen ließ.
Odysseus aber, um es so auszudrücken, hörte ihr Schweigen nicht, er glaubte, sie sängen, und nur er sei behütet, es zu hören. Flüchtig sah er zuerst die Wendungen ihrer Hälse, das tiefe Atmen, die tränenvollen Augen, den halb geöffneten Mund, glaubte aber, dies gehöre zu den Arien, die ungehört um ihn verklangen. Bald aber glitt alles an seinen in die Ferne gerichteten Blicken ab, die Sirenen verschwanden förmlich vor seiner Entschlossenheit, und gerade als er ihnen am nächsten war, wußte er nichts mehr von ihnen.
Sie aber – schöner als jemals – streckten und drehten sich, ließen das schaurige Haar offen im Winde wehen und spannten die Krallen frei auf den Felsen. Sie wollten nicht mehr verführen, nur noch den Abglanz vom großen Augenpaar des Odysseus wollten sie so lange als möglich erhaschen.
Hätten die Sirenen Bewußtsein, sie wären damals vernichtet worden. So aber blieben sie, nur Odysseus ist ihnen entgangen.
Es wird übrigens noch ein Anhang hierzu überliefert. Odysseus, sagt man, war so listenreich, war ein solcher Fuchs, daß selbst die Schicksalsgöttin nicht in sein Innerstes dringen konnte. Vielleicht hat er, obwohl das mit Menschenverstand nicht mehr zu begreifen ist, wirklich gemerkt, daß die Sirenen schwiegen, und hat ihnen und den Göttern den obigen Scheinvorgang nur gewissermaßen als Schild entgegengehalten.-
FRANZ KAFKA - El silencio de las Sirenas
He aquí una prueba de que ciertos medios, hasta los inadecuados y aun los pueriles, pueden ser útiles para la salvación:
Con el propósito de salvarse de las Sirenas, Odiseo introdujo cera a presión en sus oídos y ordenó que le aherrojasen contra el mástil. Desde ya, algo similar hubieran podido hacer desde antaño todos los navegantes, excepto aquellos que ya desde lejos quedaron hechizados por ellas; pero era sabida en todo el mundo la inutilidad de este remedio. Todo lo perforaba el canto de las Sirenas y la obsesión de los seducidos era más que sobrada para quebrar cadenas y mástiles. Sin embargo, Odiseo no lo recordaba aunque quizá hubiese oído decirlo. Confiaba por completo en el puñado de cera y en la ristra de cadenas; pleno de inocente fe en la eficacia de sus débiles medios, navegó al encuentro de las Sirenas.
Pero hete ahí que las Sirenas poseen un arma aun más terrible que el canto: su silencio. Nunca había sucedido, aunque tal vez fuese imaginable que alguien se salvase de su canto pero no por cierto de su silencio. Nada en la tierra podría igualarse al arrebatador sentimiento de orgullo de haberlas vencido con las propias fuerzas.
Y en efecto: cuando arribó Odiseo las poderosas seductoras no cantaron, ya porque creyesen que semejante contradictor solo merecía el silencio, o bien que al contemplar la expresión gozosa en el rostro de Odiseo, que no tenía en mente más que la cera y las cadenas, ellas hubiesen olvidado todos sus cantares.
Así y todo, por así decir, Odiseo no había oído ese silencio. Creyó que cantaban y que solamente a él le era vedado escucharlas. Primero vio de manera fugaz el curvarse de sus cuellos, los profundos suspiros, los ojos llenos de lágrimas, las bocas entreabiertas, pero suponía que todo ello proviniese de los acordes que se desvanecían a su alrededor sin ser oídos. Pronto todo ello se diluyó para sus ojos tendidos hacia la lejanía. Las sirenas desaparecieron literalmente ante su resolución y justo cuando más cerca las tuvo, no supo más de ellas.
Ellas sin embargo, bellas como nunca, se estiraban y revolvían, dejaban flotar libres al viento las hirsutas cabelleras y tensaban al máximo las garras sobre el roquedo. Ya no deseaban seducir; solo querían atrapar todo el tiempo posible el inmenso reflejo de los ojos de Odiseo.
De haber poseído consciencia, las Sirenas hubieran sido entonces aniquiladas. Así, en cambio, sobrevivieron y solo Odiseo logró eludirlas.
Por lo demás, la tradición suministra un apéndice de esta historia. Dícese que Odiseo era tan pródigo en astucias, tan zorro, que ni aun la misma diosa del destino pudo penetrar en su interior más profundo. Aunque esto ya no se capte con el entendimiento humano, quizás Odiseo supiese que las Sirenas callaron y las haya desafiado, a ellas y a los dioses, presentándoles en cierta manera ese ilusorio simulacro a modo de escudo.- (Versión de Carlos Haller).
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Dos tramos de existencia se yuxtaponen en este recuerdo. Primero registro el deslumbramiento que en mi primer año del colegio nacional “José Manuel Estrada”, de Quilmes, suscitó el manual de historia universal (Oriente, Grecia, Roma) al conjuro de las explicaciones de la correctísima y eficiente profesora Lucinda Centenaro. Ahí asomé las narices hasta las hazañas de Héctor y Aquiles, los infortunios de Troya y el siempre estorbado regreso de Odiseo a su isla. Este último resultó un magnífico relato de viajes y aventuras que pronto hice mío con la compra de una ordinaria y poco fiable Odisea, en la edición de Tor traducida al español - vaya a saberse por quién - desde una versión francesa de Leconte de Lisle. No las ganas, sino la voluntad y el siempre malavenido tiempo me faltaron para aprender el griego y así acercarme al lejano Homero en su verso original. Logro el disfrute de sus fragmentos a través de traducciones inglesas, alemanas y castellanas más célebres que eruditas, más entusiastas que académicas.
Kafka cayó bajo mis ojos cuando estaba por concluir los estudios del bachillerato en Mar del Plata (1950 – año del Libertador Gral. San Martín, según rezaban obligatorias etiquetas en las cubiertas de ajetreados cartapacios). Lo arrimaba don Félix de Ayesa desde las barnizadas estanterías de su Librería Lvtetia, calle de San Martín a la altura del 3200 o bien 3300. Eran las primeras traducciones francesas y españolas de tres gruesas novelas: El Ausente (América) – El Proceso – El Castillo. Había que hincarles el diente desde cualquier página: atrapaban por la hipnosis del mero relato, pero a mi edad de entonces era pura fanfarronería alardear de haber comprendido algo.
Es que, despertados a la complejidad política del mundo por las secuelas de una guerra que “prometía” ser la última, ya estábamos leyendo ahistóricamente literatura recién difundida en nuestro medio como si fuese la denuncia de sociedades totalitarias que el bolchevismo y el nazismo hubiesen llevado a la culminación, cuando no acababan sino de anunciarlas. Muchos de esos nefastos augurios, desencantados con los rumbos de la civilización, habían sido escritos desde fines del siglo XIX y entre las dos grandes guerras. Así también los trabajos literarios de Kafka, nacido en 1883 y muerto en 1924 no sin haber dispuesto que toda esa obra desilusionante fuese legada a Ignis.
Mucho más tarde llegó la etapa de conocer narraciones kafkianas breves, más crípticas aun. Hubo que aprender a leerlo en el conciso y “neutro” alemán de jurista, prosa acerada, distanciadora y enigmática que suspendía el raciocinio del grupete enfrascado en descifrar relatos como Vor dem Gesetz. Pero este Silencio de las Sirenas , escrito y publicado en 1917, había eludido nuestro inventario hasta que los videos de José Antonio Castilla Gómez http://www.youtube.com/watch?v=pajRWZRuOrI hicieron recaer la atención sobre aquéllos.
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No parecía impropio de un álbum de memorias y homenajes como este, adornar las referencias a Ulises, Kafka y las Sirenas con la transcripción de fragmentos homéricos concernientes a estas últimas. Además del resucitado placer de reincidir en su lectura, ello brinda la ocasión de abrirse a diferentes modos de interpretarlos a la luz de diversas traducciones. Si el temprano paladeo del trasvase al español - editado en Buenos Aires (sin nombre del traductor) por el mallorquín Juan Carlos Torrendell (1895-1961) - no alcanzó a estragar el disfrute de la Ilíada y la Odisea en la curiosa mente de algunos lectores principiantes, tampoco ha de surtir efectos negativos la confrontación menos ingenua de versiones quizá más “areditadas”.
Una Sirena (en griego Σειρήν Seirēn) es una diosa menor de la mitología griega antigua, un ente representado como mixtura de mujer y ave, más tarde mujer y pez, que con sus hechizantes cantos atrae a los navegantes que pasan cerca de su isla para matarlos. Homero no dio a estas Acheloiades nombres propios pero menciona que eran dos. Autores posteriores introdujeron denominaciones para cada una de ellas y algunos sostuvieron que eran tres.
Para un sitio no académico como kalais es un honor proclamar este homenaje a traductores como George Chapman, Alexander Pope o Samuel Butler (al inglés), así como al elocuente alemán Johann Heinrich Voß y a los españoles Baráibar, Gómez Hermosilla (este sólo para la Ilíada) y José M. Pabón. No ha de molestarme en ellos el variado intento de imitar, con la entonación rítmica traducida, el predominante hexámetro dactílico del original, de manera que cada verso suene como una yuxtaposición de tripletes silábicos con el acento en la primera; algo como dúm-da-da dúm-da-da dúm-da-da y así siguiendo, ritmo que de inmediato sugiere el rodar de zapallos de cáscara dura sobre un pavimento poceado y ha de diferir un tanto del espléndido sonido griego.
y el 1º en: http://www.youtube.com/watch?v=6SOgib6B2vg
Profetizan tu destino y te devoran: Homero, Kafka y las Sirenas
Franz Kafka - Das Schweigen der Sirenen
Beweis dessen, daß auch unzulängliche, ja kindische Mittel zur Rettung dienen können:
Um sich vor den Sirenen zu bewahren, stopfte sich Odysseus Wachs in die Ohren und ließ sich am Mast festschmieden. Ähnliches hätten natürlich seit jeher alle Reisenden tun können, außer denen, welche die Sirenen schon aus der Ferne verlockten, aber es war in der ganzen Welt bekannt, daß dies unmöglich helfen konnte. Der Sang der Sirenen durchdrang alles, und die Leidenschaft der Verführten hätte mehr als Ketten und Mast gesprengt. Daran aber dachte Odysseus nicht, obwohl er davon vielleicht gehört hatte. Er vertraute vollständig der Handvoll Wachs und dem Gebinde Ketten und in unschuldiger Freude über seine Mittelchen fuhr er den Sirenen entgegen.
Nun haben aber die Sirenen eine noch schrecklichere Waffe als den Gesang, nämlich ihr Schweigen. Es ist zwar nicht geschehen, aber vielleicht denkbar, daß sich jemand vor ihrem Gesang gerettet hätte, vor ihrem Schweigen gewiß nicht. Dem Gefühl, aus eigener Kraft sie besiegt zu haben, der daraus folgenden alles fortreißenden Überhebung kann nichts Irdisches widerstehen.
Und tatsächlich sangen, als Odysseus kam, die gewaltigen Sängerinnen nicht, sei es, daß sie glaubten, diesem Gegner könne nur noch das Schweigen beikommen, sei es, daß der Anblick der Glückseligkeit im Gesicht des Odysseus, der an nichts anderes als an Wachs und Ketten dachte, sie allen Gesang vergessen ließ.
Odysseus aber, um es so auszudrücken, hörte ihr Schweigen nicht, er glaubte, sie sängen, und nur er sei behütet, es zu hören. Flüchtig sah er zuerst die Wendungen ihrer Hälse, das tiefe Atmen, die tränenvollen Augen, den halb geöffneten Mund, glaubte aber, dies gehöre zu den Arien, die ungehört um ihn verklangen. Bald aber glitt alles an seinen in die Ferne gerichteten Blicken ab, die Sirenen verschwanden förmlich vor seiner Entschlossenheit, und gerade als er ihnen am nächsten war, wußte er nichts mehr von ihnen.
Sie aber – schöner als jemals – streckten und drehten sich, ließen das schaurige Haar offen im Winde wehen und spannten die Krallen frei auf den Felsen. Sie wollten nicht mehr verführen, nur noch den Abglanz vom großen Augenpaar des Odysseus wollten sie so lange als möglich erhaschen.
Hätten die Sirenen Bewußtsein, sie wären damals vernichtet worden. So aber blieben sie, nur Odysseus ist ihnen entgangen.
Es wird übrigens noch ein Anhang hierzu überliefert. Odysseus, sagt man, war so listenreich, war ein solcher Fuchs, daß selbst die Schicksalsgöttin nicht in sein Innerstes dringen konnte. Vielleicht hat er, obwohl das mit Menschenverstand nicht mehr zu begreifen ist, wirklich gemerkt, daß die Sirenen schwiegen, und hat ihnen und den Göttern den obigen Scheinvorgang nur gewissermaßen als Schild entgegengehalten.-
FRANZ KAFKA - El silencio de las Sirenas
He aquí una prueba de que ciertos medios, hasta los inadecuados y aun los pueriles, pueden ser útiles para la salvación:
Con el propósito de salvarse de las Sirenas, Odiseo introdujo cera a presión en sus oídos y ordenó que le aherrojasen contra el mástil. Desde ya, algo similar hubieran podido hacer desde antaño todos los navegantes, excepto aquellos que ya desde lejos quedaron hechizados por ellas; pero era sabida en todo el mundo la inutilidad de este remedio. Todo lo perforaba el canto de las Sirenas y la obsesión de los seducidos era más que sobrada para quebrar cadenas y mástiles. Sin embargo, Odiseo no lo recordaba aunque quizá hubiese oído decirlo. Confiaba por completo en el puñado de cera y en la ristra de cadenas; pleno de inocente fe en la eficacia de sus débiles medios, navegó al encuentro de las Sirenas.
Pero hete ahí que las Sirenas poseen un arma aun más terrible que el canto: su silencio. Nunca había sucedido, aunque tal vez fuese imaginable que alguien se salvase de su canto pero no por cierto de su silencio. Nada en la tierra podría igualarse al arrebatador sentimiento de orgullo de haberlas vencido con las propias fuerzas.
Y en efecto: cuando arribó Odiseo las poderosas seductoras no cantaron, ya porque creyesen que semejante contradictor solo merecía el silencio, o bien que al contemplar la expresión gozosa en el rostro de Odiseo, que no tenía en mente más que la cera y las cadenas, ellas hubiesen olvidado todos sus cantares.
Así y todo, por así decir, Odiseo no había oído ese silencio. Creyó que cantaban y que solamente a él le era vedado escucharlas. Primero vio de manera fugaz el curvarse de sus cuellos, los profundos suspiros, los ojos llenos de lágrimas, las bocas entreabiertas, pero suponía que todo ello proviniese de los acordes que se desvanecían a su alrededor sin ser oídos. Pronto todo ello se diluyó para sus ojos tendidos hacia la lejanía. Las sirenas desaparecieron literalmente ante su resolución y justo cuando más cerca las tuvo, no supo más de ellas.
Ellas sin embargo, bellas como nunca, se estiraban y revolvían, dejaban flotar libres al viento las hirsutas cabelleras y tensaban al máximo las garras sobre el roquedo. Ya no deseaban seducir; solo querían atrapar todo el tiempo posible el inmenso reflejo de los ojos de Odiseo.
De haber poseído consciencia, las Sirenas hubieran sido entonces aniquiladas. Así, en cambio, sobrevivieron y solo Odiseo logró eludirlas.
Por lo demás, la tradición suministra un apéndice de esta historia. Dícese que Odiseo era tan pródigo en astucias, tan zorro, que ni aun la misma diosa del destino pudo penetrar en su interior más profundo. Aunque esto ya no se capte con el entendimiento humano, quizás Odiseo supiese que las Sirenas callaron y las haya desafiado, a ellas y a los dioses, presentándoles en cierta manera ese ilusorio simulacro a modo de escudo.- (Versión de Carlos Haller).
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Dos tramos de existencia se yuxtaponen en este recuerdo. Primero registro el deslumbramiento que en mi primer año del colegio nacional “José Manuel Estrada”, de Quilmes, suscitó el manual de historia universal (Oriente, Grecia, Roma) al conjuro de las explicaciones de la correctísima y eficiente profesora Lucinda Centenaro. Ahí asomé las narices hasta las hazañas de Héctor y Aquiles, los infortunios de Troya y el siempre estorbado regreso de Odiseo a su isla. Este último resultó un magnífico relato de viajes y aventuras que pronto hice mío con la compra de una ordinaria y poco fiable Odisea, en la edición de Tor traducida al español - vaya a saberse por quién - desde una versión francesa de Leconte de Lisle. No las ganas, sino la voluntad y el siempre malavenido tiempo me faltaron para aprender el griego y así acercarme al lejano Homero en su verso original. Logro el disfrute de sus fragmentos a través de traducciones inglesas, alemanas y castellanas más célebres que eruditas, más entusiastas que académicas.
Kafka cayó bajo mis ojos cuando estaba por concluir los estudios del bachillerato en Mar del Plata (1950 – año del Libertador Gral. San Martín, según rezaban obligatorias etiquetas en las cubiertas de ajetreados cartapacios). Lo arrimaba don Félix de Ayesa desde las barnizadas estanterías de su Librería Lvtetia, calle de San Martín a la altura del 3200 o bien 3300. Eran las primeras traducciones francesas y españolas de tres gruesas novelas: El Ausente (América) – El Proceso – El Castillo. Había que hincarles el diente desde cualquier página: atrapaban por la hipnosis del mero relato, pero a mi edad de entonces era pura fanfarronería alardear de haber comprendido algo.
Es que, despertados a la complejidad política del mundo por las secuelas de una guerra que “prometía” ser la última, ya estábamos leyendo ahistóricamente literatura recién difundida en nuestro medio como si fuese la denuncia de sociedades totalitarias que el bolchevismo y el nazismo hubiesen llevado a la culminación, cuando no acababan sino de anunciarlas. Muchos de esos nefastos augurios, desencantados con los rumbos de la civilización, habían sido escritos desde fines del siglo XIX y entre las dos grandes guerras. Así también los trabajos literarios de Kafka, nacido en 1883 y muerto en 1924 no sin haber dispuesto que toda esa obra desilusionante fuese legada a Ignis.
Mucho más tarde llegó la etapa de conocer narraciones kafkianas breves, más crípticas aun. Hubo que aprender a leerlo en el conciso y “neutro” alemán de jurista, prosa acerada, distanciadora y enigmática que suspendía el raciocinio del grupete enfrascado en descifrar relatos como Vor dem Gesetz. Pero este Silencio de las Sirenas , escrito y publicado en 1917, había eludido nuestro inventario hasta que los videos de José Antonio Castilla Gómez http://www.youtube.com/watch?v=pajRWZRuOrI hicieron recaer la atención sobre aquéllos.
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No parecía impropio de un álbum de memorias y homenajes como este, adornar las referencias a Ulises, Kafka y las Sirenas con la transcripción de fragmentos homéricos concernientes a estas últimas. Además del resucitado placer de reincidir en su lectura, ello brinda la ocasión de abrirse a diferentes modos de interpretarlos a la luz de diversas traducciones. Si el temprano paladeo del trasvase al español - editado en Buenos Aires (sin nombre del traductor) por el mallorquín Juan Carlos Torrendell (1895-1961) - no alcanzó a estragar el disfrute de la Ilíada y la Odisea en la curiosa mente de algunos lectores principiantes, tampoco ha de surtir efectos negativos la confrontación menos ingenua de versiones quizá más “areditadas”.
Una Sirena (en griego Σειρήν Seirēn) es una diosa menor de la mitología griega antigua, un ente representado como mixtura de mujer y ave, más tarde mujer y pez, que con sus hechizantes cantos atrae a los navegantes que pasan cerca de su isla para matarlos. Homero no dio a estas Acheloiades nombres propios pero menciona que eran dos. Autores posteriores introdujeron denominaciones para cada una de ellas y algunos sostuvieron que eran tres.
Para un sitio no académico como kalais es un honor proclamar este homenaje a traductores como George Chapman, Alexander Pope o Samuel Butler (al inglés), así como al elocuente alemán Johann Heinrich Voß y a los españoles Baráibar, Gómez Hermosilla (este sólo para la Ilíada) y José M. Pabón. No ha de molestarme en ellos el variado intento de imitar, con la entonación rítmica traducida, el predominante hexámetro dactílico del original, de manera que cada verso suene como una yuxtaposición de tripletes silábicos con el acento en la primera; algo como dúm-da-da dúm-da-da dúm-da-da y así siguiendo, ritmo que de inmediato sugiere el rodar de zapallos de cáscara dura sobre un pavimento poceado y ha de diferir un tanto del espléndido sonido griego.
Versión de Samuel Butler
Then Circe said…
...'and now pay attention to what I am about to tell you- heaven itself, indeed, will
recall it to your recollection. First you will come to the Sirens who
enchant all who come near them. If any one unwarily draws in too
close and hears the singing of the Sirens, his wife and children will
never welcome him home again, for they sit in a green field and
warble him to death with the sweetness of their song. There is a great
heap of dead men's bones lying all around, with the flesh still rotting
off them. Therefore pass these Sirens by, and stop your men's ears
with wax that none of them may hear; but if you like you can listen
yourself, for you may get the men to bind you as you stand upright
on a cross-piece half way up the mast, and they must lash the rope's
ends to the mast itself, that you may have the pleasure of listening. If
you beg and pray the men to unloose you, then they must bind you
faster.
"'When your crew have taken you past these Sirens, I cannot give you
coherent directions as to which of two courses you are to take…
…..Odysseus speaks: “"Then, being much troubled in mind, I said to my men, 'My friends, it
is not right that one or two of us alone should know the prophecies
that Circe has made me, I will therefore tell you about them, so that
whether we live or die we may do so with our eyes open. First she
said we were to keep clear of the Sirens, who sit and sing most beautifully in a field of flowers; but she said I might hear them myself so
long as no one else did. Therefore, take me and bind me to the crosspiece half way up the mast; bind me as I stand upright, with a bond
so fast that I cannot possibly break away, and lash the rope's ends to
the mast itself. If I beg and pray you to set me free, then bind me more
tightly still.'
"I had hardly finished telling everything to the men before we
reached the island of the two Sirens, for the wind had been very
favourable. Then all of a sudden it fell dead calm; there was not a
breath of wind nor a ripple upon the water, so the men furled the sails
and stowed them; then taking to their oars they whitened the water with the foam they raised in rowing. Meanwhile I look a large
wheel of wax and cut it up small with my sword. Then I kneaded
the wax in my strong hands till it became soft, which it soon did
between the kneading and the rays of the sun-god son of Hyperion.
Then I stopped the ears of all my men, and they bound me hands
and feet to the mast as I stood upright on the crosspiece; but they
went on rowing themselves. When we had got within earshot of the
land, and the ship was going at a good rate, the Sirens saw that we
were getting in shore and began with their singing.
"'Come here,' they sang, 'renowned Ulysses, honour to the Achaean
name, and listen to our two voices. No one ever sailed past us without staying to hear the enchanting sweetness of our song- and he who
listens will go on his way not only charmed, but wiser, for we know
all the ills that the gods laid upon the Argives and Trojans before Troy,
and can tell you everything that is going to happen over the whole
world.'
"They sang these words most musically, and as I longed to hear them
further I made by frowning to my men that they should set me free;
but they quickened their stroke, and Eurylochus and Perimedes
bound me with still stronger bonds till we had got out of hearing of
the Sirens' voices. Then my men took the wax from their ears and
unbound me.
Otra version inglesa
Meanwhile the well-built ship speedily came to the isle of the two Sirens, for a fair and gentle wind bore her on. Then presently the wind ceased and there was a windless calm, and a god lulled the waves to sleep. But my comrades rose up and furled the sail and stowed it in the hollow ship, and thereafter sat at the oars and made the water white with their polished oars of fir. But I with my sharp sword cut into small bits a great round cake of wax, and kneaded it with my strong hands, and soon the wax grew warm, forced by the strong pressure and the rays of the lord Helios Hyperion. Then I anointed with this the ears of all my comrades in turn; and they bound me in the ship hand and foot, upright in the step of the mast, and made the ropes fast at the ends to the mast itself; and themselves sitting down smote the grey sea with their oars. But when we were as far distant as a man can make himself heard when he shouts, driving swiftly on our way, the Sirens failed not to note the swift ship as it drew near, and they raised their clear-toned song: `Come hither, as thou farest, renowned Odysseus, great glory of the Achaeans; stay thy ship that thou mayest listen to the voice of us two. For never yet has any man rowed past this isle in his black ship until he has heard the sweet voice from our lips. Nay, he has joy of it, and goes his way a wiser man. For we know all the toils that in wide Troy the Argives and Trojans endured through the will of the gods, and we know all things that come to pass upon the fruitful earth.’
[192] “So they spoke, sending forth their beautiful voice, and my heart was fain to listen, and I bade my comrades loose me, nodding to them with my brows; but they fell to their oars and rowed on. And presently Perimedes and Eurylochus arose and bound me with yet more bonds and drew them tighter. But when they had rowed past the Sirens, and we could no more hear their voice or their song, then straightway my trusty comrades took away the wax with which I had anointed their ears and loosed me from my bonds.
Versión alemana de Johann H. Voß
...Freunde, nicht einem allein, noch Zweenen, gebührt es zu wissen,
155
Welche Dinge mir Kirke, die hohe Göttin, geweissagt.
Drum verkünd' ich sie euch, daß jeder sie wisse; wir mögen
Sterben, oder entfliehn dem schrecklichen Todesverhängnis.
Erst befiehlt uns die Göttin, der zauberischen Sirenen
Süße Stimme zu meiden, und ihre blumige Wiese.
160
Mir erlaubt sie allein, den Gesang zu hören; doch bindet
Ihr mich fest, damit ich kein Glied zu regen vermöge,
Aufrecht stehend am Maste, mit festumschlungenen Seilen.
Fleh' ich aber euch an, und befehle die Seile zu lösen;
Eilend fesselt mich dann mit mehreren Banden noch stärker.
165
Also verkündet' ich jetzo den Freunden unser Verhängnis.
Und wie geflügelt entschwebte, vom freundlichen Winde getrieben,
Unser gerüstetes Schiff zu der Insel der beiden Sirenen.
Plötzlich ruhte der Wind; von heiterer Bläue des Himmels
Glänzte die stille See; ein Himmlischer senkte die Wasser.
170
Meine Gefährten gingen, und falteten eilig die Segel,
Legten sie nieder im Schiff, und setzten sich hin an die Ruder;
Schäumend enthüpfte die Woge den schöngeglätteten Tannen.
Aber ich schnitt mit dem Schwert' aus der großen Scheibe des Wachses
Kleine Kugeln, knetete sie mit nervichten Händen;
175
Und bald weichte das Wachs, vom starken Drucke bezwungen,
Und dem Strahle des hochhinwandelnden Sonnenbeherrschers.
Hierauf ging ich umher, und verkleibte die Ohren der Freunde.
Jene banden mich jetzo an Händen und Füßen im Schiffe,
Aufrecht stehend am Maste, mit festumschlungenen Seilen;
180
Setzten sich dann, und schlugen die graue Woge mit Rudern.
Als wir jetzo so weit, wie die Stimme des Rufenden schallet,
Kamen im eilenden Lauf, da erblickten jene das nahe
Meerdurchgleitende Schiff, und huben den hellen Gesang an:
Komm, besungner Odysseus, du großer Ruhm der Achaier!
185
Lenke dein Schiff ans Land, und horche unserer Stimme.
Denn hier steurte noch keiner im schwarzen Schiffe vorüber,
Eh' er dem süßen Gesang aus unserem Munde gelauschet;
Und dann ging er von hinnen, vergnügt und weiser wie vormals.
Uns ist alles bekannt, was ihr Argeier und Troer
190
Durch der Götter Verhängnis in Trojas Fluren geduldet:
Alles, was irgend geschieht auf der lebenschenkenden Erde!
Also sangen jene voll Anmut. Heißes Verlangen
Fühlt' ich weiter zu hören, und winkte den Freunden Befehle,
Meine Bande zu lösen; doch hurtiger ruderten diese.
195
Und es erhuben sich schnell Eurylochos und Perimedes,
Legten noch mehrere Fesseln mir an, und banden mich stärker.
Also steuerten wir den Sirenen vorüber; und leiser,
Immer leiser, verhallte der Singenden Lied und Stimme.
Eilend nahmen sich nun die teuren Genossen des Schiffes
200
Von den Ohren das Wachs, und lösten mich wieder vorn Mastbaum.
Als wir jetzo der Insel entruderten, sah ich von ferne
Dampf und brandende Flut...
Versión castellana, autor no identificable
Mientras hablaba, declarando estas cosas a mis compañeros, la nave, bien construida llegó muy presto a la isla de las sirenas, pues la empujaba favorable viento. Desde aquel instante echóse el viento y reinó sosegada calma, pues algún numen adormeció las olas. Levantáronse mis compañeros, amainaron las velas y pusiéronlas en la cóncava nave; y, habiéndose sentado nuevamente en los bancos, emblanquecían el agua, agitándola con los remos de pulimentado abeto. Tomé al instante un gran pan de cera y lo partí con el agudo bronce en pedacitos, que me puse luego a apretar con mis robustas manos. Pronto se calentó la cera, porque hubo de ceder a la gran fuerza y a los rayos del soberano Helios Hiperiónida, y fui tapando con ella los oídos de todos los compañeros. Atáronme éstos en la nave, de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil; ligaron las sogas al mismo; y, sentándose en los bancos, tornaron a batir con los remos el espumoso mar. Hicimos andar la nave muy rápidamente. y, al hallarnos tan cerca de la orilla que allá pudieran llegar nuestras voces, no se les encubrió a las sirenas que la ligera embarcación navegaba a poca distancia y empezaron un sonoro canto: —¡Ea, célebre Odiseo, gloria insigne de los aqueos! Acércate y detén la nave para que oigas nuestra voz. Nadie ha pasado en su negro bajel sin que oyera la suave voz que fluye de nuestra boca; sino que se van todos después de recrearse con ella, sabiendo más que antes; pues sabemos cuántas fatigas padecieron en la vasta Troya argivos y teucros, por la voluntad de los dioses, y conocemos también todo cuanto ocurre en la fértil tierra.
Then Circe said…
...'and now pay attention to what I am about to tell you- heaven itself, indeed, will
recall it to your recollection. First you will come to the Sirens who
enchant all who come near them. If any one unwarily draws in too
close and hears the singing of the Sirens, his wife and children will
never welcome him home again, for they sit in a green field and
warble him to death with the sweetness of their song. There is a great
heap of dead men's bones lying all around, with the flesh still rotting
off them. Therefore pass these Sirens by, and stop your men's ears
with wax that none of them may hear; but if you like you can listen
yourself, for you may get the men to bind you as you stand upright
on a cross-piece half way up the mast, and they must lash the rope's
ends to the mast itself, that you may have the pleasure of listening. If
you beg and pray the men to unloose you, then they must bind you
faster.
"'When your crew have taken you past these Sirens, I cannot give you
coherent directions as to which of two courses you are to take…
…..Odysseus speaks: “"Then, being much troubled in mind, I said to my men, 'My friends, it
is not right that one or two of us alone should know the prophecies
that Circe has made me, I will therefore tell you about them, so that
whether we live or die we may do so with our eyes open. First she
said we were to keep clear of the Sirens, who sit and sing most beautifully in a field of flowers; but she said I might hear them myself so
long as no one else did. Therefore, take me and bind me to the crosspiece half way up the mast; bind me as I stand upright, with a bond
so fast that I cannot possibly break away, and lash the rope's ends to
the mast itself. If I beg and pray you to set me free, then bind me more
tightly still.'
"I had hardly finished telling everything to the men before we
reached the island of the two Sirens, for the wind had been very
favourable. Then all of a sudden it fell dead calm; there was not a
breath of wind nor a ripple upon the water, so the men furled the sails
and stowed them; then taking to their oars they whitened the water with the foam they raised in rowing. Meanwhile I look a large
wheel of wax and cut it up small with my sword. Then I kneaded
the wax in my strong hands till it became soft, which it soon did
between the kneading and the rays of the sun-god son of Hyperion.
Then I stopped the ears of all my men, and they bound me hands
and feet to the mast as I stood upright on the crosspiece; but they
went on rowing themselves. When we had got within earshot of the
land, and the ship was going at a good rate, the Sirens saw that we
were getting in shore and began with their singing.
"'Come here,' they sang, 'renowned Ulysses, honour to the Achaean
name, and listen to our two voices. No one ever sailed past us without staying to hear the enchanting sweetness of our song- and he who
listens will go on his way not only charmed, but wiser, for we know
all the ills that the gods laid upon the Argives and Trojans before Troy,
and can tell you everything that is going to happen over the whole
world.'
"They sang these words most musically, and as I longed to hear them
further I made by frowning to my men that they should set me free;
but they quickened their stroke, and Eurylochus and Perimedes
bound me with still stronger bonds till we had got out of hearing of
the Sirens' voices. Then my men took the wax from their ears and
unbound me.
Otra version inglesa
Meanwhile the well-built ship speedily came to the isle of the two Sirens, for a fair and gentle wind bore her on. Then presently the wind ceased and there was a windless calm, and a god lulled the waves to sleep. But my comrades rose up and furled the sail and stowed it in the hollow ship, and thereafter sat at the oars and made the water white with their polished oars of fir. But I with my sharp sword cut into small bits a great round cake of wax, and kneaded it with my strong hands, and soon the wax grew warm, forced by the strong pressure and the rays of the lord Helios Hyperion. Then I anointed with this the ears of all my comrades in turn; and they bound me in the ship hand and foot, upright in the step of the mast, and made the ropes fast at the ends to the mast itself; and themselves sitting down smote the grey sea with their oars. But when we were as far distant as a man can make himself heard when he shouts, driving swiftly on our way, the Sirens failed not to note the swift ship as it drew near, and they raised their clear-toned song: `Come hither, as thou farest, renowned Odysseus, great glory of the Achaeans; stay thy ship that thou mayest listen to the voice of us two. For never yet has any man rowed past this isle in his black ship until he has heard the sweet voice from our lips. Nay, he has joy of it, and goes his way a wiser man. For we know all the toils that in wide Troy the Argives and Trojans endured through the will of the gods, and we know all things that come to pass upon the fruitful earth.’
[192] “So they spoke, sending forth their beautiful voice, and my heart was fain to listen, and I bade my comrades loose me, nodding to them with my brows; but they fell to their oars and rowed on. And presently Perimedes and Eurylochus arose and bound me with yet more bonds and drew them tighter. But when they had rowed past the Sirens, and we could no more hear their voice or their song, then straightway my trusty comrades took away the wax with which I had anointed their ears and loosed me from my bonds.
Versión alemana de Johann H. Voß
...Freunde, nicht einem allein, noch Zweenen, gebührt es zu wissen,
155
Welche Dinge mir Kirke, die hohe Göttin, geweissagt.
Drum verkünd' ich sie euch, daß jeder sie wisse; wir mögen
Sterben, oder entfliehn dem schrecklichen Todesverhängnis.
Erst befiehlt uns die Göttin, der zauberischen Sirenen
Süße Stimme zu meiden, und ihre blumige Wiese.
160
Mir erlaubt sie allein, den Gesang zu hören; doch bindet
Ihr mich fest, damit ich kein Glied zu regen vermöge,
Aufrecht stehend am Maste, mit festumschlungenen Seilen.
Fleh' ich aber euch an, und befehle die Seile zu lösen;
Eilend fesselt mich dann mit mehreren Banden noch stärker.
165
Also verkündet' ich jetzo den Freunden unser Verhängnis.
Und wie geflügelt entschwebte, vom freundlichen Winde getrieben,
Unser gerüstetes Schiff zu der Insel der beiden Sirenen.
Plötzlich ruhte der Wind; von heiterer Bläue des Himmels
Glänzte die stille See; ein Himmlischer senkte die Wasser.
170
Meine Gefährten gingen, und falteten eilig die Segel,
Legten sie nieder im Schiff, und setzten sich hin an die Ruder;
Schäumend enthüpfte die Woge den schöngeglätteten Tannen.
Aber ich schnitt mit dem Schwert' aus der großen Scheibe des Wachses
Kleine Kugeln, knetete sie mit nervichten Händen;
175
Und bald weichte das Wachs, vom starken Drucke bezwungen,
Und dem Strahle des hochhinwandelnden Sonnenbeherrschers.
Hierauf ging ich umher, und verkleibte die Ohren der Freunde.
Jene banden mich jetzo an Händen und Füßen im Schiffe,
Aufrecht stehend am Maste, mit festumschlungenen Seilen;
180
Setzten sich dann, und schlugen die graue Woge mit Rudern.
Als wir jetzo so weit, wie die Stimme des Rufenden schallet,
Kamen im eilenden Lauf, da erblickten jene das nahe
Meerdurchgleitende Schiff, und huben den hellen Gesang an:
Komm, besungner Odysseus, du großer Ruhm der Achaier!
185
Lenke dein Schiff ans Land, und horche unserer Stimme.
Denn hier steurte noch keiner im schwarzen Schiffe vorüber,
Eh' er dem süßen Gesang aus unserem Munde gelauschet;
Und dann ging er von hinnen, vergnügt und weiser wie vormals.
Uns ist alles bekannt, was ihr Argeier und Troer
190
Durch der Götter Verhängnis in Trojas Fluren geduldet:
Alles, was irgend geschieht auf der lebenschenkenden Erde!
Also sangen jene voll Anmut. Heißes Verlangen
Fühlt' ich weiter zu hören, und winkte den Freunden Befehle,
Meine Bande zu lösen; doch hurtiger ruderten diese.
195
Und es erhuben sich schnell Eurylochos und Perimedes,
Legten noch mehrere Fesseln mir an, und banden mich stärker.
Also steuerten wir den Sirenen vorüber; und leiser,
Immer leiser, verhallte der Singenden Lied und Stimme.
Eilend nahmen sich nun die teuren Genossen des Schiffes
200
Von den Ohren das Wachs, und lösten mich wieder vorn Mastbaum.
Als wir jetzo der Insel entruderten, sah ich von ferne
Dampf und brandende Flut...
Versión castellana, autor no identificable
Mientras hablaba, declarando estas cosas a mis compañeros, la nave, bien construida llegó muy presto a la isla de las sirenas, pues la empujaba favorable viento. Desde aquel instante echóse el viento y reinó sosegada calma, pues algún numen adormeció las olas. Levantáronse mis compañeros, amainaron las velas y pusiéronlas en la cóncava nave; y, habiéndose sentado nuevamente en los bancos, emblanquecían el agua, agitándola con los remos de pulimentado abeto. Tomé al instante un gran pan de cera y lo partí con el agudo bronce en pedacitos, que me puse luego a apretar con mis robustas manos. Pronto se calentó la cera, porque hubo de ceder a la gran fuerza y a los rayos del soberano Helios Hiperiónida, y fui tapando con ella los oídos de todos los compañeros. Atáronme éstos en la nave, de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil; ligaron las sogas al mismo; y, sentándose en los bancos, tornaron a batir con los remos el espumoso mar. Hicimos andar la nave muy rápidamente. y, al hallarnos tan cerca de la orilla que allá pudieran llegar nuestras voces, no se les encubrió a las sirenas que la ligera embarcación navegaba a poca distancia y empezaron un sonoro canto: —¡Ea, célebre Odiseo, gloria insigne de los aqueos! Acércate y detén la nave para que oigas nuestra voz. Nadie ha pasado en su negro bajel sin que oyera la suave voz que fluye de nuestra boca; sino que se van todos después de recrearse con ella, sabiendo más que antes; pues sabemos cuántas fatigas padecieron en la vasta Troya argivos y teucros, por la voluntad de los dioses, y conocemos también todo cuanto ocurre en la fértil tierra.
Traducción española de José Manuel Pabón:
....Afligido yo entonces les dije a mis hombres: ‘¿Oh amigos!
No está bien que uno solo ni dos los oráculos sepan
que me ha hecho, prolija, a mí Circe, la diosa entre diosas.
Así a todos los he de contar, que quedéis enterados,
ya nos toque morir, ya rehuyamos la parca y la muerte.
Lo primero exhortóme a evitar a las magas Sirenas,
su canción hechicera, sus prados floridos: yo sólo
escucharlas podré, pero antes habéis de trabarme
con cruel atadura que quede sujeto en mi puesto.
Bien erguido del mástil al pie me ataréis con maromas
y, si acaso os imploro u os mando aflojar esas cuerdas,
me echaréis sin piedad nuevos nudos.’ Con estas palabras
declarábales yo cada cosa a mis fieles amigos.
Entretanto la sólida nave en su curso ligero
se enfrentó a las Sirenas: un soplo feliz la impelía,
mas de pronto cesó aquella brisa, una calma profunda
se sintió alrededor: algún dios alisaba las olas.
Levantáronse entonces mis hombres, plegaron la vela,
la dejaron caer en el fondo del barco y, sentándose al remo,
blanqueaban de espumas el mar con las palas pulidas.
Yo entretanto cogí el bronce agudo, corté un pan de cera
y, partiéndolo en trozos pequeños, los fui pellizcando
con mi mano robusta: ablandáronse pronto, que eran
poderosos mis dedos y el fuego del sol de lo alto.
Uno a uno a mis hombres con ellos tapé los oídos
y, a su vez, a la nave me ataron de piernas y manos
en el mástil, derecho, con fuertes maromas y, luego,
a azotar con los remos volvieron el mar espumante.
Ya distaba la costa no más que el alcance de un grito
y la nave crucera volaba, mas bien percibieron
las Sirenas su paso y alzaron su canto sonoro:
‘Llega acá, de los dánaos honor, gloriosísimo Ulises,
de tu marcha refrena el ardor para oír nuestro canto,
porque nadie en su negro bajel pasa aquí sin que atienda
a esta voz que en dulzores de miel de los labios nos fluye.
Quien la escucha contento se va conociendo mil cosas:
los trabajos sabemos que allá por la Tróade y sus campos
de los dioses impuso el poder a troyanos y argivos
y aun aquello que ocurre doquier en la tierra fecunda.’
Tal decían exhalando dulcísima voz y en mi pecho
yo anhelaba escucharlas. Frunciendo mis cejas mandaba
a mis hombres soltar mi atadura; bogaban doblados
contra el remo y en pie Perimedes y Euríloco, echando
sobre mí nuevas cuerdas, forzaban cruelmente sus nudos.
Cuando al fin las dejamos atrás y no más se escuchaba
voz alguna o canción de Sirenas, mis fieles amigos
se sacaron la cera que yo en sus oídos había
colocado al venir y libráronme a mí de mis lazos.
Ya a lo lejos perdíase la isla y noté por delante
el vapor de unas olas inmensas…
***********************************
....Afligido yo entonces les dije a mis hombres: ‘¿Oh amigos!
No está bien que uno solo ni dos los oráculos sepan
que me ha hecho, prolija, a mí Circe, la diosa entre diosas.
Así a todos los he de contar, que quedéis enterados,
ya nos toque morir, ya rehuyamos la parca y la muerte.
Lo primero exhortóme a evitar a las magas Sirenas,
su canción hechicera, sus prados floridos: yo sólo
escucharlas podré, pero antes habéis de trabarme
con cruel atadura que quede sujeto en mi puesto.
Bien erguido del mástil al pie me ataréis con maromas
y, si acaso os imploro u os mando aflojar esas cuerdas,
me echaréis sin piedad nuevos nudos.’ Con estas palabras
declarábales yo cada cosa a mis fieles amigos.
Entretanto la sólida nave en su curso ligero
se enfrentó a las Sirenas: un soplo feliz la impelía,
mas de pronto cesó aquella brisa, una calma profunda
se sintió alrededor: algún dios alisaba las olas.
Levantáronse entonces mis hombres, plegaron la vela,
la dejaron caer en el fondo del barco y, sentándose al remo,
blanqueaban de espumas el mar con las palas pulidas.
Yo entretanto cogí el bronce agudo, corté un pan de cera
y, partiéndolo en trozos pequeños, los fui pellizcando
con mi mano robusta: ablandáronse pronto, que eran
poderosos mis dedos y el fuego del sol de lo alto.
Uno a uno a mis hombres con ellos tapé los oídos
y, a su vez, a la nave me ataron de piernas y manos
en el mástil, derecho, con fuertes maromas y, luego,
a azotar con los remos volvieron el mar espumante.
Ya distaba la costa no más que el alcance de un grito
y la nave crucera volaba, mas bien percibieron
las Sirenas su paso y alzaron su canto sonoro:
‘Llega acá, de los dánaos honor, gloriosísimo Ulises,
de tu marcha refrena el ardor para oír nuestro canto,
porque nadie en su negro bajel pasa aquí sin que atienda
a esta voz que en dulzores de miel de los labios nos fluye.
Quien la escucha contento se va conociendo mil cosas:
los trabajos sabemos que allá por la Tróade y sus campos
de los dioses impuso el poder a troyanos y argivos
y aun aquello que ocurre doquier en la tierra fecunda.’
Tal decían exhalando dulcísima voz y en mi pecho
yo anhelaba escucharlas. Frunciendo mis cejas mandaba
a mis hombres soltar mi atadura; bogaban doblados
contra el remo y en pie Perimedes y Euríloco, echando
sobre mí nuevas cuerdas, forzaban cruelmente sus nudos.
Cuando al fin las dejamos atrás y no más se escuchaba
voz alguna o canción de Sirenas, mis fieles amigos
se sacaron la cera que yo en sus oídos había
colocado al venir y libráronme a mí de mis lazos.
Ya a lo lejos perdíase la isla y noté por delante
el vapor de unas olas inmensas…
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Epílogo
Hace unos días, en su columna de La Nación, Maximiliano Tomas hacía este planteo sobre las “recomendaciones de lectura”: …el novelista y editor Damián Tabarovsky escribía: "Es difícil -y levemente fascista- definir qué hay que leer y cuánto hay que leer; qué significa haber leído y cómo se verifica la ignorancia. Son preguntas -ironías- del orden de lo privado, que tienen muchas dificultades para ser operativas en el espacio público". Habrá que concederle cierta razón, pero también (conociendo la afición de Tabarovsky por las boutades ) recordar que fue él mismo el que escribió (¡hace ya casi una década!) un ensayo llamado Literatura de izquierda, en el que precisamente se dedicaba a señalar quiénes eran los autores argentinos contemporáneos que valía la pena leer, y sobre todo a mencionar a los que no merecían el esfuerzo. ¿En qué quedamos? Sabemos que un buen editor se dedica básicamente a realizar un trabajo de selección: decide qué publicar y qué dejar pasar, con suerte construye un catálogo, y los lectores se lo agradecerán o no, según los gustos. ¿Y un crítico? – (LN 14.6.2013)
Como puede inferirse de los ingresos que cuelgo en esta y otras páginas, siempre sigo atento a las lecturas que han sugerido amigos, críticos y maestros. Sin ellos, nada que valiese la pena de leer habría caído bajo mi vista. Ahora procuro compartir esas lecturas y rindo un agradecido homenaje a sus autores y a quienes los indicaron. No soy editor ni crítico profesional. Creo que el hecho de postearlos no añade un adarme a la ideología que me endilguen.- C.H.
Fuentes bibliográficas
Homer (1956): Odyssee (Griechisch und Deutsch).- Berlin/Darmstadt, D:B:G.-
Homero (1951): La Odisea.- Trad. Federico Baráibar. Buenos Aires, Ed. Sopena Argentina.-
Homero (2000): Odisea.- Trad. José Manuel Pabón. Madrid, Ed. Gredos.-
Kafka, Franz (1961): Die Erzählungen.- Frankfurt am Main, S.Fischer Verlag.-
Sesudos o banales comentarios interpretativos acerca del texto de Kafka reproducido en esta nota alargarían esta última sin provecho literario para los amigos lectores. Allí pululan en la Red, ya listos para digestiones pesadas.-
Hace unos días, en su columna de La Nación, Maximiliano Tomas hacía este planteo sobre las “recomendaciones de lectura”: …el novelista y editor Damián Tabarovsky escribía: "Es difícil -y levemente fascista- definir qué hay que leer y cuánto hay que leer; qué significa haber leído y cómo se verifica la ignorancia. Son preguntas -ironías- del orden de lo privado, que tienen muchas dificultades para ser operativas en el espacio público". Habrá que concederle cierta razón, pero también (conociendo la afición de Tabarovsky por las boutades ) recordar que fue él mismo el que escribió (¡hace ya casi una década!) un ensayo llamado Literatura de izquierda, en el que precisamente se dedicaba a señalar quiénes eran los autores argentinos contemporáneos que valía la pena leer, y sobre todo a mencionar a los que no merecían el esfuerzo. ¿En qué quedamos? Sabemos que un buen editor se dedica básicamente a realizar un trabajo de selección: decide qué publicar y qué dejar pasar, con suerte construye un catálogo, y los lectores se lo agradecerán o no, según los gustos. ¿Y un crítico? – (LN 14.6.2013)
Como puede inferirse de los ingresos que cuelgo en esta y otras páginas, siempre sigo atento a las lecturas que han sugerido amigos, críticos y maestros. Sin ellos, nada que valiese la pena de leer habría caído bajo mi vista. Ahora procuro compartir esas lecturas y rindo un agradecido homenaje a sus autores y a quienes los indicaron. No soy editor ni crítico profesional. Creo que el hecho de postearlos no añade un adarme a la ideología que me endilguen.- C.H.
Fuentes bibliográficas
Homer (1956): Odyssee (Griechisch und Deutsch).- Berlin/Darmstadt, D:B:G.-
Homero (1951): La Odisea.- Trad. Federico Baráibar. Buenos Aires, Ed. Sopena Argentina.-
Homero (2000): Odisea.- Trad. José Manuel Pabón. Madrid, Ed. Gredos.-
Kafka, Franz (1961): Die Erzählungen.- Frankfurt am Main, S.Fischer Verlag.-
Sesudos o banales comentarios interpretativos acerca del texto de Kafka reproducido en esta nota alargarían esta última sin provecho literario para los amigos lectores. Allí pululan en la Red, ya listos para digestiones pesadas.-
Entrevista a la persona: Hannah Arendt
La traducción y categorización de la interesante entrevista otorgada por Hannah Arendt en el video ha desaparecido de esta página el 31.08.2013, posiblemente a causa de un delete involuntario. Iré reconstruyendo esa traducción poco a poco, ya que el contenido de las declaraciones lo justifica. Ruego disculpen si observan que dicho trabajo progresa por fragmentos y tarda en completarse.- Mientras tanto, he aquí el originario texto alemán para descargar - Leer su comentario en la página Curso 2014 de este mismo blog.-C.H.
arendt__gaus__entrevista_1964.docx | |
File Size: | 43 kb |
File Type: | docx |
Hannah Arendt entrevistada por Gaus - 1964
Hannah Arendt no se considera una filósofa; en todo caso su ocupación es y ha sido la teoría política. Sin embargo, a partir de ella ha desarrollado un genuino sistema filosófico, sobre el cual en parte reflexiona en esta breve entrevista, aunque de forma un tanto fragmentaria. Una primera reflexión que constata es que hay una tensión que se da entre la filosofía y la política, pues hay una diferencia entre el hombre que piensa y el hombre que actúa que no se da en otros ámbitos, como el de la filosofía sobre la naturaleza. El filósofo no puede reflexionar sobre el ámbito político desde la neutralidad, como sí puede hacerlo sobre el ámbito natural; así se observa en casi todos los filósofos, según Arendt, una cierta hostilidad hacia la reflexión política. Ella no participa de esa hostilidad, de ahí el rechazo a la etiqueta de “filósofa”.
La filosofía era casi una necesidad desde los catorce años, fue influida sobre todo por la lectura de Kant y la opción para ella entre “o la filosofía o el tirarme por el río”, en el fondo la necesidad ineludible de conocer; el griego, que también cursó, proviene de su pasión por la poesía, ya que desde pequeña leía bien en este idioma; finalmente, la teología encajaba en el conjunto, incluso dentro de su peculiaridad de extraña judía. Arendt no fue consciente desde siempre de su inteligencia, que se terminó manifestando en un cierto rechazo hacia su persona en su infancia. Sólo comenzó a darse cuenta de ello al constatar la perplejidad de las personas a su alrededor.
Otro tema en el pensamiento de Arendt es su condición de judía en la Alemania anterior a la Segunda Guerra Mundial. Arendt reflexiona lo que supuso para ella el ser judía. Ella, relata, no fue consciente desde su primera infancia de esta diferencia, pues en su hogar se sentían ante todo alemanes. Así es abordado durante el diálogo el problema de la identidad política. Fue dándose cuenta poco a poco, por las referencias de otras personas. La cuestión judía no le interesó hasta el ascenso de Hitler al poder en 1933, pues en realidad desde un poco antes, cuando ya empezaba a ser evidente lo que iba a pasar. Entonces se hizo ineludible el tomar postura.
Arendt relata su particular lucha contra el nazismo, que terminó con su huida de Alemania. La experiencia llevó a la filósofa a participar en una organización sionista liderada por Kurt Blumenfeld, con el que le unía cierta amistad, que se estaba ocupando de recopilar información sobre las formas menores de sionismo, como asociaciones profesionales y revistas profesionales. Arendt comenzó a hacer este trabajo de recopilación, pero fue descubierta y detenida, mas el comisario que la interrogó fue benévolo con ella. Poco después, huyó ilegalmente por la fronteracon Francia. La lección que aprendió, relata, fue que si la atacaban como judía tenía que defenderse como judía.
Arent consiguió llegar hasta los Estados Unidos, donde terminará impartiendo clases. Aquí se enmarca la reflexión que da título a la conferencia. Relata la entrevistada cómo a lo largo de su vida ha terminado usando de forma competente varios idiomas, como el francés, que llegó a hablar muy bien, como sobre todo el inglés, la lengua en la que terminaría escribiendo sus libros. Sin embargo, por debajo de todo queda su lengua materna, el alemán, la lengua en la que piensa y en la que es capaz de articular pensamientos que no podría transmitir en otro idioma, la lengua más íntima a su forma de pensar. El alemán, dice, es lo que siempre ha quedado y queda de forma inconsciente en el fondo de su cabeza.
Arendt reflexiona sobre el Holocausto, el cual al principio no creyó. Cierto es que sabía que el destino de los judíos en territorio nazi era muy malo, pero la inmensidad de lo ocurrido le sorprendió. El tema de Eichmann también entra en el diálogo; Arendt reconoce los problemas que le ha causado su publicación, y enlaza su reflexión sobre esto con algunos pensamientos sobre el sionismo como movimiento político, teniendo en cuenta su peculiar concepción de la política.
El problema de Eichmann le lleva al tema de la verdad, que no siempre es una verdad puramente de hecho; a este respecto reflexiona sobre la imparcialidad y la verdad, imparcialidad incluso para los vencidos. Esto le lleva a diversas consideraciones sobre su concepción del espacio de la política; “dondequiera que los hombre se reúnen, no importa con qué propósitos, se forman intereses públicos”, afirma rotundamente. Con la reivindicación de la confianza en lo humano de todos los seres humanos acaba la entrevista.
La filosofía era casi una necesidad desde los catorce años, fue influida sobre todo por la lectura de Kant y la opción para ella entre “o la filosofía o el tirarme por el río”, en el fondo la necesidad ineludible de conocer; el griego, que también cursó, proviene de su pasión por la poesía, ya que desde pequeña leía bien en este idioma; finalmente, la teología encajaba en el conjunto, incluso dentro de su peculiaridad de extraña judía. Arendt no fue consciente desde siempre de su inteligencia, que se terminó manifestando en un cierto rechazo hacia su persona en su infancia. Sólo comenzó a darse cuenta de ello al constatar la perplejidad de las personas a su alrededor.
Otro tema en el pensamiento de Arendt es su condición de judía en la Alemania anterior a la Segunda Guerra Mundial. Arendt reflexiona lo que supuso para ella el ser judía. Ella, relata, no fue consciente desde su primera infancia de esta diferencia, pues en su hogar se sentían ante todo alemanes. Así es abordado durante el diálogo el problema de la identidad política. Fue dándose cuenta poco a poco, por las referencias de otras personas. La cuestión judía no le interesó hasta el ascenso de Hitler al poder en 1933, pues en realidad desde un poco antes, cuando ya empezaba a ser evidente lo que iba a pasar. Entonces se hizo ineludible el tomar postura.
Arendt relata su particular lucha contra el nazismo, que terminó con su huida de Alemania. La experiencia llevó a la filósofa a participar en una organización sionista liderada por Kurt Blumenfeld, con el que le unía cierta amistad, que se estaba ocupando de recopilar información sobre las formas menores de sionismo, como asociaciones profesionales y revistas profesionales. Arendt comenzó a hacer este trabajo de recopilación, pero fue descubierta y detenida, mas el comisario que la interrogó fue benévolo con ella. Poco después, huyó ilegalmente por la fronteracon Francia. La lección que aprendió, relata, fue que si la atacaban como judía tenía que defenderse como judía.
Arent consiguió llegar hasta los Estados Unidos, donde terminará impartiendo clases. Aquí se enmarca la reflexión que da título a la conferencia. Relata la entrevistada cómo a lo largo de su vida ha terminado usando de forma competente varios idiomas, como el francés, que llegó a hablar muy bien, como sobre todo el inglés, la lengua en la que terminaría escribiendo sus libros. Sin embargo, por debajo de todo queda su lengua materna, el alemán, la lengua en la que piensa y en la que es capaz de articular pensamientos que no podría transmitir en otro idioma, la lengua más íntima a su forma de pensar. El alemán, dice, es lo que siempre ha quedado y queda de forma inconsciente en el fondo de su cabeza.
Arendt reflexiona sobre el Holocausto, el cual al principio no creyó. Cierto es que sabía que el destino de los judíos en territorio nazi era muy malo, pero la inmensidad de lo ocurrido le sorprendió. El tema de Eichmann también entra en el diálogo; Arendt reconoce los problemas que le ha causado su publicación, y enlaza su reflexión sobre esto con algunos pensamientos sobre el sionismo como movimiento político, teniendo en cuenta su peculiar concepción de la política.
El problema de Eichmann le lleva al tema de la verdad, que no siempre es una verdad puramente de hecho; a este respecto reflexiona sobre la imparcialidad y la verdad, imparcialidad incluso para los vencidos. Esto le lleva a diversas consideraciones sobre su concepción del espacio de la política; “dondequiera que los hombre se reúnen, no importa con qué propósitos, se forman intereses públicos”, afirma rotundamente. Con la reivindicación de la confianza en lo humano de todos los seres humanos acaba la entrevista.
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